Nacidos con causa, abortados sin ella

El País traía el pasado miércoles una información sobre cómo está afectando el aborto selectivo de niñas en la India a la balanza demográfica del país. El hecho es conocido (ver Aceprensa, 18-01-2006): la preferencia por los varones tiene causas económicas y culturales. En cuanto a lo primero, las familias entienden que los hombres serán de más ayuda en las tareas del campo. Además, las costumbres relativas a la herencia y al matrimonio –ellas tienen que aportar la dote y son las que se mudan al hogar del marido, con lo que se pierde un salario– hacen que tener una hija resulte más gravoso que un hijo. No obstante, no solo se trata de dinero: el aborto selectivo también se da, de hecho ha empeorado, en las zonas urbanas del país, como Nueva Delhi, donde no influye el “coste de oportunidad” ligado a las labores agrícolas.

 

Sea por los motivos que sea, esta desigualdad en el trato a las mujeres (aunque aún no hayan nacido) solivianta al feminismo, y con razón. No puede haber mayor discriminación que la referida al derecho a la vida. Así, los fetos femeninos han encontrado un aliado en la causa de la igualdad.

 

En cambio, a unos miles de kilómetros de la India, en la igualitaria Europa, algunas feministas están luchando otra batalla: la de que se elimine la protección a la vida de los no nacidos de la Constitución irlandesa, que considera igual de valiosos y dignos al niño y a la madre. El gobierno ha anunciado un referéndum sobre el tema –cabe imaginarse cuál sería la reacción de los que se autodenominan progresistas si el ejecutivo indio hiciera lo mismo–; si gana el sí, se empezará a discutir una ley de despenalización del aborto que incluya un primer periodo –unos dicen que 8 semanas; otros, que 12– sin más restricción que la voluntad de la madre.

 

Porque se trata, según los partidarios del cambio, de proteger el derecho a decidir; el de la mujer, claro. El del niño a la vida (más importante, aunque sea por un simple criterio de necesidad-contingencia) queda en un segundo plano, desamparado sin una causa que lo enarbole.

 

Algunos defensores de la posible modificación legislativa se han apresurado a señalar, no sea que se les malinterprete, que su objetivo es que el aborto en Irlanda sea algo “seguro, legal y poco común”. Precisamente para intentar reducir la incidencia del feminicidio en la India, el gobierno penalizó las ecografías y otras técnicas que revelan el sexo del feto. En Irlanda, con el fin de que el aborto sea “poco común”, se plantea una liberalización total en las primeras semanas. Eso es coherencia.




¿Nos quiere Facebook más felices o más rentables?

Mark Zuckerberg anunció a principios de enero que su propósito para 2018 sería “arreglar Facebook”, y tenía motivos: ciertamente, 2017 no fue un buen año para la compañía desde el punto de vista de la opinión pública. Se la ha acusado, entre otras cosas, de contribuir a la expansión de las fake news, priorizar medios de comunicación con una determinada ideología, fomentar los llamados “filtros burbuja” o, más recientemente, explotar económicamente las debilidades del cerebro humano.

La semana pasada, el propio Zuckerberg explicaba que Facebook iba a modificar las fórmulas con las que decide qué aparece en primer lugar en News Feed (la selección de contenidos que se muestra nada más entrar en la página personal) para dar prioridad a los post personales, sobre todo de nuestro círculo cercano, en perjuicio de los públicos, es decir, los de compañías, incluidos los medios de comunicación. La consecuencia práctica será que veremos más comentarios de nuestros amigos y menos provenientes de empresas o cabeceras informativas (a no ser que vengan recomendados por un conocido).

El motivo del cambio, según Zuckerberg, no es otro que nuestra felicidad: “Construimos Facebook para ayudar a la gente a mantenerse cerca de quienes les importan de verdad. Por eso, siempre hemos puesto a los amigos y la familia en el centro. La investigación muestra que fortalecer las relaciones personales incrementa nuestro bienestar”. Se trataría, pues, de fomentar las interacciones “con verdadero significado”, en vez de esas otras que producen un consumo pasivo y despersonalizado, incluso al precio de que disminuya el tiempo que los usuarios pasan en Facebook (como ha señalado Zuckerberg que ocurrirá con las modificaciones) o de asestar una puñalada a los medios de comunicación que dependen del tráfico generado por la red social (aunque, según el Wall Street Journal, la red social estaría buscando la forma de compensarlos, especialmente a las cabeceras de prestigio).

Cabe preguntarse si el cambio de política se debe a una resolución puramente altruista, fruto de un sincero examen de conciencia. Así lo han visto algunos analistas. Otros, más desconfiados, lo interpretan como un simple lavado de imagen, o una forma inteligente de desligarse del peligroso negocio de la información, que ha traído muchas acusaciones –y no tanto dinero– a Facebook. Incluso hay quien piensa que el movimiento obedece al interés de la compañía por entrar en China, cuyo gobierno teme que la difusión de noticias a través de News Feed sirva como herramienta subversiva.

Sería arriesgado juzgar las intenciones de Zuckerberg: quizá en su decisión se mezclen los motivos humanitarios y otros más interesados. Sin embargo, hay una hipótesis que puede arrojar luz al asunto. Tiene que ver con un fenómeno conocido como “colapso del contexto” (context collapse), asociado al tipo de relaciones creadas por las redes sociales: en la medida que nuestra audiencia (la gente que puede leer nuestros post) se hace cada vez más numerosa y diversa –al contrario de lo que ocurre en los círculos de amistad no virtuales–, tendemos a compartir menos información personal, porque ya no nos sentimos tan “en familia”.

Según algunos analistas, esto lleva tiempo ocurriendo en Facebook, lo que supone un gran problema para la compañía, pues el núcleo de su negocio consiste precisamente en recolectar esos datos que sembramos en nuestros comentarios y vendérselos a las marcas para que afinen sus campañas publicitarias dirigiéndolas a los usuarios potencialmente más interesados. Varios medios han señalado cómo el “colapso del contexto” preocupa, y mucho, a Zuckerberg.

Puede ser, entonces, que detrás de las intenciones de “devolver Facebook a sus orígenes de comunidad social” y “mejorar nuestro bienestar”, haya también un deseo por aumentar la rentabilidad económica de cada usuario.




La capellanía atea y el laicismo

Hay debates sociales que se enconan innecesariamente. La discusión se convierte en un campo de batalla que cada parte llena de parapetos dialécticos, trincheras silogísticas, agravios comparativos y minas en forma de eslóganes furibundos que acaban por arrinconar y oscurecer el posible consenso y el bien común que –supuestamente– se buscaba. Esgrimir entonces la benevolencia como solución parece, incluso, de mal gusto: como ponerse poético cuando se habla de dinero. Y sin embargo, ahí está no pocas veces la llave que puede desembrollar el asunto.

Algo parecido me parece que ocurre con el tema de las capillas en los hospitales públicos. Mucho se ha hablado de la aconfesionalidad del Estado, el dinero público, el concordato, los privilegios de un credo sobre los demás, etc., y casi siempre con un tono poco conciliador Y, de pronto, aparece una “capellanía atea” en un hospital público, que se presenta no como “antinada” sino como un servicio para determinados pacientes que lo solicitan, y el acuerdo ya no parece tan lejano.

Ha ocurrido en Inglaterra. The Guardian publicaba hace unas semanas un reportaje sobre la labor de Jane Flint, la primera “asistente espiritual no religiosa” en el país. Flint trabaja desde hace dos años en un hospital de Leicester, codo con codo con los demás capellanes: uno cristiano, uno hindú, uno musulmán y otro sikh. Cuenta que los pacientes que atiende le agradecen mucho su labor. También acude a las llamadas de personas con fe que quieren su compañía, al igual que los otros capellanes hablan con enfermos ateos.

“Se trata simplemente de estar ahí. Pero el asunto es que te conozcan. Los pacientes no te pueden llamar si no saben que existes”, dice Flint, pero podría decir cualquier otro capellán. “Saber que hay alguien con mis mismas creencias dispuesto a hablar conmigo y venir a visitarme es maravilloso, cambia el tiempo que te queda en el hospital”, dice un enfermo no creyente, pero podría decir otro cristiano, o musulmán o hindú. Estas declaraciones muestran que la cuestión de la incompatibilidad entre el espacio público y la religión (o la no religión, que es otro tipo de creencia) se resuelve en gran medida apelando a la benevolencia –querer el bien para el otro– y la búsqueda del bien común, más que con intrincadas disquisiciones sobre el Estado laico y aconfesional.




¡Transmaternidad ya!

La ideología de género, por lo menos en su variante académica o teórica, siempre ha aspirado a “emancipar” la voluntad/el yo interior /la identidad profunda, de las cadenas de lo biológico. Se podría hablar de la contradicción que existe en enarbolar al mismo tiempo la bandera de la voluntad, que nos permite autodeterminarnos, y la de la identidad, que nos configura. Pero no es el momento.

El enemigo común, en todo caso, han sido siempre las fuerzas externas que limitaban la libertad individual. Por un lado, la sociedad y sus prejuicios, como el de asociar femineidad a maternidad, un cliché que soliviantaba a las primeras feministas. Por otro, el propio cuerpo: ¿por qué ha de determinar la biología si soy hombre o mujer?

Sin embargo, algunas noticias recuerdan que estas asociaciones están más enraizadas y tienen más fuerza de lo que parece, incluso para los partidarios de la ideología de género.

Hace unos días varios medios de comunicación informaban de que Shiloh, una de las tres hijas biológicas de Brad Pitt y Angelina Jolie, iba a empezar un tratamiento hormonal para que su cuerpo reflejara la masculinidad con la que siempre se había identificado. Luego resultó que la información era un bulo, aunque los padres sí han comentado en varias ocasiones que a la chica le gusta vestir ropa de chico, comportarse como un chico y que le llamen John.

No obstante, algunos comentaristas se habían apresurado a felicitar a la joven por su valentía, y a los padres por su honradez y tolerancia. Pero claro, después de haber oído hasta la saciedad que el aspecto físico no debe ser frontera para la identidad, uno no entiende por qué los ideólogos de género no condenan como un comportamiento reaccionario que Shiloh asociara lo masculino a llevar el pelo corto, vestir traje, jugar a juegos “de chicos” y llamarse John; y que incluso quisiera, como sugerían las informaciones falsas, parecer mujer, no solo sentirse tal ¿Nadie le ha explicado que la masculinidad es un concepto gaseoso, y que hay que desligarlo de la biología y de los tópicos impuestos por la sociedad machista?

Tampoco parecen haberlo entendido muchos transgénero: hombres que se sienten mujeres y que casi siempre, al menos los que salen en las portadas de las revistas, acaban por reflejarlo en su físico. Dentro de ellos, los que quieren ser madres resultan especialmente inquietantes para la ideología de género más ortodoxa. Hace unos días, un grupo de reputados médicos ingleses pidió que la seguridad social pague los trasplantes de útero para que puedan cumplir su sueño. Todos, decían, tenemos derecho a ser madres, independientemente de cómo nos sintamos.

Uno vuelve a quedarse perplejo: ¿es un avance en la causa LGTB el hecho de que unas mujeres consideren que su condición femenina es reforzada por la maternidad? ¿No era este un cliché machista y patriarcal? Y, por otro lado, ¿por qué en el caso de la maternidad hay que aguantar el yugo de la biología y parir físicamente? ¿Por qué no basta con sentirse madre?

Ideólogos de género: el enemigo está en casa. ¡Transmaternidad ya!




El suicidio no es romántico

Michelle Carter tiene ahora 20 años. Hace tres fue la última persona en hablar, a través de mensajes y llamadas, con Conrad Roy, su novio, minutos antes de que este se suicidara inhalando monóxido de carbono en su coche. Él ya había mencionado la idea de quitarse la vida, e incluso alguna vez propuso a Carter hacerlo juntos, “como Romeo y Julieta”.

Ahora Carter está siendo juzgada por homicidio. La acusación pide para ella 20 años de cárcel por presionar a Conrad para que se suicidase. La defensa lo ve de forma diferente: el chico ya había tomado su decisión; es un hecho trágico, pero no un asesinato.

La lectura de los mensajes intercambiados por ambos es escalofriante, pero no deja claro quién tiene razón. Por un lado, los textos revelan que Carter animó a Conrad a llevar a cabo su plan, dándole instrucciones sobre cómo hacerlo y disuadiéndole de echarse atrás, incluso cuando este, minutos antes de morir, salió del coche atemorizado: “vuelve dentro”, “si no lo haces ahora, no lo harás nunca” fueron las terribles palabras de ella. También parece evidente que, aunque Carter no compartía la idea del suicidio a lo “Romeo y Julieta” (“No, nosotros no vamos a morir” fue lo que contestó a la sugerencia de Conrad), sí veía en toda la historia un halo romántico: quizás, como han testimoniado algunos de sus amigos, le tentaba ser la heroína en esta tragedia. Siempre se había sentido ignorada por los demás. En cambio, Conrad le manifestaba una gran dependencia emocional, agravada por sus tendencias depresivas y por el narcisismo de ella, que también se medicaba contra la depresión. Por primera vez, Carter se sentía importante, y sus palabras seguramente empujaron a Conrad al suicidio.

Sin embargo, otros mensajes revelan una cara distinta de la historia. Carter aconsejó a su novio que buscase ayuda médica para tratar su depresión: “si les das una oportunidad pueden salvarte la vida”. Él contestó que “no podía mejorar” y que ya había tomado su decisión. Después de la muerte de Conrad, Carter se sentía culpable. Pensaba que no le había ayudado lo suficiente, pero a la vez señalaba un cierto carácter compasivo en su actuación: “le dije que volviera al coche –explicaba a una amiga– porque sabía que al día siguiente volvería a intentarlo, y no podía dejarle vivir así más tiempo, no podía hacerlo, no le abandonaría”.

El caso de Carter y Conrad ha generado mucha expectación mediática. Tiene todos los ingredientes para hacerlo: dos chicos jóvenes, una historia de amor, un final trágico. Sin embargo, bajo esta apariencia de excepcionalidad se esconde la triste y compleja realidad de la mayoría de casos de suicidio, donde no es fácil separar los deseos de los miedos, la compasión de la coacción. También cuando, en vez de ser un joven que se quita la vida en un coche mientras habla con su novia, se trata de un anciano que pide a su doctor que le mate porque no encuentra sentido a seguir viviendo, o porque se considera una carga, o por una mezcla de todo, que es lo más habitual. “Tendría que haberle ayudado más”, decía Carter a una amiga. Que sus palabras sirvan como ejemplo.




Sexismo sexista y sexismo “sexy”

La estampa es conocida para cualquier aficionado al ciclismo, el tenis, las carreras de motos o la Fórmula 1: en la entrega de premios o antes de que comience la competición, varias chicas guapas y con ropa ceñida flanquean al deportista mientras sonríen a la cámara. El debate sobre si se trata de una práctica sexista que convierte a estas mujeres en objetos decorativos, o directamente en reclamos eróticos, ha emergido recientemente en los medios. Y ya era hora.

Realmente, la misma existencia de las “azafatas deportivas” resulta ridícula y completamente innecesaria en la mayor parte de las competiciones. En otras, la presencia de algunos asistentes (como los recogepelotas en el tenis) sí puede ser útil para el desarrollo del juego, pero no hay motivo para que las chicas deban ir con minifaldas, o maquilladas como si asistieran a una recepción diplomática.

Con todo, hay que decir que el deporte no es el único campo donde ocurren estas cosas. En Reino Unido, el Parlamento va a considerar una petición ciudadana para prohibir que algunas empresas obliguen a las empleadas que tienen contacto directo con el público a llevar tacones altos y ropa “reveladora”.

Pero volvamos al tema de las azafatas deportivas. Un análisis podría atribuir este tipo de conductas a la pervivencia de cierta cultura patriarcal, que relega a la mujer a un papel de subordinación o incluso sumisión respecto al hombre. Y es cierto que el machismo explica parte del asunto, pero solo parte.

De fondo hay otro tipo de sexismo, generalmente aceptado por la sociedad porque se presenta como una muestra de “empoderamiento femenino”. Es el sexismo sexy. El que lleva a muchos guionistas de cine a incluir por defecto alguna escena de cama con desnudo femenino si quieren que la película sea un éxito; o el de los videoclips musicales (que el cantante sea hombre o mujer da lo mismo) repleto de bailarinas en bikini.

Alguien podría argüir que en estos casos no se trata de pobres trabajadoras ofrecidas como mercancía al insaciable apetito del mercado, sino de mujeres “empoderadas” y orgullosas de su sexualidad. Pero es que algunas azafatas, según han contado a los medios, también se sienten así.

¿Cómo se les ocurre? Alguna diva del pop debería explicarles que el empoderamiento a base de mostrar carne es patrimonio de las artistas, y no de las chicas del montón.




Bautizos y comuniones laicas: sin Misa y con payaso

El ayuntamiento de Getafe ha aprobado recientemente una propuesta para ofrecer ceremonias de “bienvenida a la ciudadanía” como alternativa, o añadido, a los bautizos. Un portavoz municipal ha explicado que se trata de dar respuesta a una demanda vecinal. El rito, que estará presidido por el alcalde o un concejal, consistirá en la lectura de algunos artículos sacados de leyes referidas a la infancia. Después, los padres podrán tomar la palabra. Por último, el Consistorio ofrecerá al recién “bienvenido” un pequeño presente.

Getafe se une así a otros municipios que ofrecen ceremonias de este tipo. En Rivas (Madrid), desde 2007 se han celebrado 39 “bautizos laicos”, llamados técnicamente “acogimientos civiles”. Una media de cuatro al año.

Una demanda similar ha existido en Rincón de la Victoria (Málaga): siete bautizos civiles en dos años. Este pueblo saltó a los titulares al ser uno de los primeros en ofrecer también primeras comuniones laicas para celebrar “el paso de la infancia a la preadolescencia”. Hasta ahora ha habido dos. El ayuntamiento cobra por la ceremonia 82 euros, la mitad si se está empadronado en el pueblo. No será así en Getafe: el Consistorio ha anunciado que la familia no tendrá que pagar nada. Es decir, que la presencia del alcalde o el concejal delegado (pongamos que sea una hora de trabajo sustraída a otras ocupaciones), el regalo del niño y la creación de un registro ad hoc que el ayuntamiento considera necesario lo pagarán los contribuyentes. Mejor es que no lo sepan, no vaya a ser que su “bienvenida” al nuevo ciudadano no sea excesivamente cálida.

Dolores Díaz, madre de la primera –y penúltima– niña que ha celebrado su paso a la preadolescencia en Rincón de la Victoria, contaba a ABC en octubre de 2015 cómo se le ocurrió la idea: su hija había sido invitada a la celebración de dos primeras comuniones de sendas amigas. Asistieron solo al banquete de la primera, pero también a la ceremonia religiosa en la segunda. Entonces la niña dijo que ella también quería tener su fiesta. ¿Con Misa o sin Misa?, preguntó la madre. “Con payaso”, fue la respuesta. Así que la madre optó por el rito laico.

La pregunta que queda en el aire, y cuya respuesta exige ser estudiada por un comité teológico laico, es la siguiente: así como en la Iglesia existe el bautismo de adultos, ¿podría ahora esta niña, si su familia se afincara en Getafe, recibir la “bienvenida a la ciudadanía” después de haber celebrado su preadolescencia, o esto contraviene el lógico orden sacramental? En cualquier caso, no creo que fuera fácil convencer a la pequeña para sustituir al payaso por la lectura de unas cuantas leyes. O quizás sí.




Desproteger a la mujer en nombre del feminismo

El pasado jueves, el Parlamento de la Comunidad Valenciana decidió celebrar el reciente Día Internacional de la Mujer derogando una ley que ofrecía información y apoyo a las embarazadas que quisieran llevar adelante su embarazo. Los partidos que dieron su voto para revocarla (el tripartito gobernante: PSOE, Compromís y Podemos, más Ciudadanos, que se abstuvo)  justificaron su decisión en que el texto “estaba lleno de ideología”, “trataba a las mujeres como menores de edad”, e “interfería en su libre decisión”.

Seguramente, tales acusaciones estaban encaminadas a evitar al ciudadano común la molestia de enfrentarse por sí mismo a una norma tan retrógrada. No obstante, para quien haya desconfiado de las precauciones de los parlamentarios y de su “neutralidad ideológica”, o simplemente quiera formarse un juicio propio, el Boletín Oficial del Estado ofrece el texto de la ley.

Allí se podrá comprobar que la norma, fruto de una iniciativa legislativa popular (cfr. Aceprensa, 3-1-2011), es fundamentalmente un conjunto de medidas destinadas a que las mujeres embarazadas que lo soliciten puedan recibir información adecuada y trasversal –sanitaria, familiar, jurídica, laboral– sobre las ayudas a las que tienen derecho si deciden tener al hijo. Es decir, para que la ley entre en acción hace falta, en primer lugar, que la madre quiera llevar adelante la gestación, y que quiera recibir información. No parece, sin embargo, que esta doble manifestación de la voluntad de la mujer sea suficiente para bajar a los parlamentarios del burro de que la norma “interfiere en su libre decisión”.

Resulta difícil oponerse a cualquiera de las medidas impulsadas por la ley: crear centros de atención a la maternidad en los hospitales, y equipos itinerantes que puedan atender a las mujeres en su domicilio; habilitar un teléfono gratuito de información; dar prioridad en las ayudas a aquellas gestantes con especial riesgo de exclusión social; proporcionar a las menores de edad embarazadas apoyo psicológico antes y después del parto, módulos de educación en la maternidad y formación afectivo-sexual, además de una renta incondicionada; garantizar el acceso a la información a las mujeres inmigrantes, sea cual sea su situación jurídica.

¿Cuál es, entonces, el pecado de la ley? Aunque ninguno de los políticos lo ha señalado, seguramente tiene que ver con la utilización de algunas expresiones peligrosamente provida, como “vida en desarrollo”, y “desde el momento de la concepción”. Esto, ya se sabe, choca con el ortodoxo credo abortista, que de manera clara y científicamente comprobable establece que la vida comienza… cuando la madre lo desea.

Las creencias, la ideología, son importantes, y estos parlamentarios tienen derecho, faltaría más, a basarse en ellas para derogar la ley. Lo que resulta un poco incoherente es que el argumento para hacerlo sea tacharla de ideológica.




Vientres de alquiler: con la Iglesia nunca, aunque estemos de acuerdo

Son de izquierdas y feministas. Se oponen a cualquier forma de explotación del cuerpo femenino. De ahí que hayan firmado y publicado en Internet un manifiesto contra la maternidad subrogada: No somos vasijas. Alquilar vientres, dicen, es alquilar mujeres, poner precio a su dignidad.

Hasta aquí todo normal. Lo curioso llega cuando uno empieza a leer los argumentos. Los primeros –los más importantes, se supone– señalan la injusticia de que un contrato obligue a una mujer a tener al niño. Parece que lo que molesta a los firmantes es solo que la mujer no pueda abortar. Entonces no habría problemas, cabe suponer, si la gestante que presta su vientre para otros lo hace por propia decisión altruista.

Pero no: el manifiesto señala unos puntos más abajo que “el altruismo y generosidad de unas pocas, no evita  la mercantilización, el tráfico y las granjas de mujeres”; y que “cuando la maternidad subrogada altruista se legaliza se incrementa también la comercial”. Dos argumentos válidos –y ciertos– en sí mismos, pero que se refieren más a las circunstancias que a la injusticia intrínseca de la maternidad subrogada.

Sin embargo, entre los primeros argumentos y estos últimos aparece una afirmación un tanto desconcertante: “La recurrencia argumentativa al altruismo y generosidad de las gestantes (…) refuerza la arraigada definición de las mujeres, propia de las creencias religiosas, como seres-para-otros”. Es como si los autores del manifiesto no pudieran resistirse a atizar a la religión, o al cristianismo, que es, de los grandes credos, el que con más claridad se opone a los vientres de alquiler. La consigna parece ser no mostrarse de acuerdo con la Iglesia, pase lo que pase. Los autores de No somos vasijas podrían haber encontrado un aliado para el argumento de la dignidad de la mujer en la doctrina cristiana, pero eso es anatema. Más coherentes, aunque sus conclusiones sean menos éticas, son otras voces dentro de la izquierda que, bajo el lema de “mi cuerpo es mío”, propongan justo lo contrario: legalizar la práctica de la maternidad subrogada.

En el fondo, el debate en torno a los vientres de alquiler denuncia el viejo dilema entre el progresismo “de valores” y el que podríamos llamar libertario; un debate presente también en el tema de la prostitución (pero ausente –por desgracia– en el del aborto). Si no fuera por la alergia a lo católico, la postura de la Iglesia podría enriquecer esta discusión. Pero ya se sabe: un dogma es un dogma.




Titulares del informe PISA

La OCDE acaba de publicar el estudio PISA, que cada tres años mide las habilidades matemáticas, lectoras y científicas de miles de alumnos de 15 años en todo el mundo. Esta última edición se ofrece en dos volúmenes: en total, más de 900 páginas de informe, con todo tipo de datos sobre el estado de la educación en el mundo. Los primeros titulares, por eso, suelen ser algo apresurados y simplificadores.

Por no repetir lo que ya se ha contado en otros medios, voy a subrayar tres datos “alternativos”. El primero tiene que ver con las ciencias, la materia en la que esta edición ponía el foco. Es cierto que a los chicos se les dan mejor, y que les interesan más, pero existe una gran variedad en función del campo concreto. Por ejemplo, mientras que solo un 5% de las chicas encuestadas querrían trabajar en el sector de la ingeniería (por un 12% de los varones), en el de la salud ocurre lo contrario: un 17,4% frente a un 6% respectivamente.

El informe dedica muchas páginas a comparar la equidad de los sistemas educativos: cómo influye el estrato socioeconómico de los estudiantes en su resultado. Aquí, a veces los medios presentan como simple algo que es complejo. Un ejemplo es el caso de España. El efecto del factor socioeconómico resulta levemente mayor que la media. Sin embargo, esto es compatible con que sea uno de los países donde los estudiantes de los estratos socioeconómicos más bajos obtienen mejores puntuaciones medias, o donde exista un mayor porcentaje de alumnos “resilientes”: aquellos de los estratos más bajos que obtienen muy buenos resultados. Otro dato interesante para el debate educativo en España es que las desigualdades se producen a nivel intra-escolar y no inter-escolar. Más que colegios con alumnos de buenas notas y colegios con estudiantes rezagados, lo que existe es una gran variedad dentro de cada centro.

Por último, el informe PISA desmonta la idea de que más gasto equivale a mejores resultados. Esta relación, explican los expertos, solo se da en los países donde se gasta poco (menos de 50.000 dólares PPP por estudiante hasta los 15 años). A partir de ahí, apenas existe una relación entre ambos factores. Polonia y Dinamarca, por ejemplo, obtienen la misma puntuación media, pero Dinamarca gasta casi un 50% más por alumno