Exhibicionismo sentimental

Vivimos malos tiempos para los sentimientos. Y no por falta de ellos, sino por exceso en ese “tener” que mostrarlos a diestro y siniestro. Hemos pasado de “los hombres no lloran” a una deriva que da auténtica vergüenza ajena, todo se queda en la expresión más superficial de lo que sentimos.

Empecemos por el lenguaje. Fueron las televisiones primero. “Un besito”, así se despide a una corresponsal en un programa. La primera vez que lo oí me chirrió todo, ahora a cualquiera se le cuela.

El apodo “cariño” es hoy omnipresente, un término familiar que quizás se nos ha pegado del “dear” o “sweetie” de algunas series de los años 60 y que podrían tener un pase en el ámbito doméstico, pero que suena a rayos cuando es una funcionaria la que te contesta.

Me alegra, me entristece… iconos para mostrar qué sentimos en Facebook. ¿Podrían poner uno de “pienso”? Porque a veces ante algunas noticias o hechos lo que hay que hacer es pensar primero o, al menos, mientras siento lo que sea. ¿Y el de “hago” algo al respecto?

Se puede ser muy sentimental, pero sobre todo muy cursi y, a la vez, muy bestia. Es más, soy de la opinión de que los más bestias pueden ser los más cursis. Con los supuestamente más altos sentimientos se han favorecido los crímenes más espantosos y, de hecho, se sigue haciendo. El argumentario del aborto, por ejemplo, bascula sobre la epidermis de los sentimientos, cualquier aproximación científica o racional al tema –“eso” es un alguien, humano por más señas– se cierra con lo que la mujer puede sentir, no con lo que es lo que espera.

Hace falta recuperar para la arena pública y para el ámbito privado un lenguaje y unos modos menos almibarados y de más peso, ir al fondo de las cosas, no a la superficie de lo que podemos sentir en un determinado momento.