Los libros más polémicos del mundo

La semana pasada hubo una noticia sobre educación en España que más de un periódico sacó en la sección de Política (por ejemplo, La Vanguardia o El País). Era una discusión a propósito de los libros de texto. Un editor declaró que su gremio recibe presiones de las comunidades autónomas para acomodar los contenidos de ciencias sociales a la línea política del partido en el poder. Antes, un sindicato de profesores había publicado un informe donde denuncia tergiversaciones tendenciosas de la historia en manuales escolares actualmente en uso. El ministro de Educación fue interpelado en el Congreso y luego encargó un informe sobre el caso.

Las polémicas como esta son comunes en el mundo. Qué se inculca en las mentes de los niños es un tema muy sensible, particularmente por lo que se refiere al pasado del país propio y de los vecinos. Lo tiene comprobado el Georg Eckert Institut, de Braunschweig (Alemania), dedicado a investigar sobre libros de texto. Hace años, la entonces directora, Simone Lässig, dijo a The Economist que, de todos los manuales escolares, “los más discutidos son los de historia y geografía, especialmente si incluyen mapas”.

Asegurar que en los colegios se enseña la versión oficial de esas materias siempre ha sido un objetivo de todo régimen deseoso de controlar la sociedad. En los libros que estudian los escolares chinos, contaba The Economist, la hambruna consecutiva al Gran Salto Adelante se llama los “tres años de dificultades económicas”, causados por malas cosechas; la Revolución Cultural y las protestas en Tiananmen ni se mencionan. Aunque tras el 11-S, Arabia Saudí prometió retirar contenidos incendiarios, en los manuales en uso permanecieron, según el Institute for Gulf Affairs, de Washington, afirmaciones como estas: “Los judíos ocuparon Palestina con ayuda de la hostilidad de los cruzados hacia el islam”; “Judíos y cristianos son enemigos de los creyentes”.

Pero tampoco en países democráticos la cuestión es pacífica. Los vecinos de Japón se quejan airadamente de que los libros de texto de ese país callen sobre los crímenes de guerra cometidos por las fuerzas imperiales en sus invasiones del siglo XX. En Estados Unidos hay polémicas recurrentes sobre si los manuales de historia norteamericana prestan la atención debida a los puntos oscuros, como la esclavitud o las matanzas de indios. En Gran Bretaña, hace cuatro años, se produjo una disputa, que incluyó una guerra de manifiestos y declaraciones entre historiadores, a propósito de una propuesta para reformar el plan de estudios nacional: según unos, el gobierno pretendía enseñar el pasado británico de modo etnocéntrico, rebajando a la insignificancia el papel de las minorías; para otros, con tales quejas se intentaba imponer una visión ideológica y manipulada.

“Mientras se usen libros de texto –decía Lässig–, y mientras sean publicados o aprobados por el Estado, seguirán siendo un asunto político”. Por eso, el Georg Eckert Institut no es la única entidad que se interesa por los libros de texto que se usan en el mundo: también el Departamento de Estado norteamericano hace lo mismo con otros fines, como anotaba el semanario británico.

“El grado de control que ejerce un gobierno sobre los libros de texto es un índice válido, aunque impreciso, de su interés por el control ideológico”, señalaba The Economist. El modo de contar el pasado, de repartir antiguas glorias y culpas, puede servir para dar legitimidad a posiciones del presente. La historia siempre dará lugar a controversias y los gobernantes siempre estarán tentados de hacer valer una interpretación que apuntale su poder. En esto, como en tantos otros asuntos, la garantía y la prueba prácticas de la libertad es el pluralismo: que los libros de texto no tengan que plegarse a una ortodoxia oficial para ser autorizados, que haya libertad para escoger entre ellos y que las familias puedan elegir escuela. Una versión de la historia puede manipular realmente si es única.