¿”Morir” para valorar la vida?

Dicen de Carlos V que, obsesionado con la salvación de su alma, se hizo representar su propio funeral en el Monasterio de Yuste. La teatralización le sirvió para comprobar que, en efecto, tras su muerte se elevarían las plegarias de rigor, lo que debió tranquilizarlo un poco.

En Corea del Sur, ahora mismo, hay también quienes fingen su muerte y se introducen en un ataúd, pero no para someter su alma a una ITV para la carrera final, sino para tomar nota de cuán valiosa es la vida. Según The New York Times, una empresa, Hyowon Healing Center, corre a cargo del programa, cuyas sesiones se desarrollan en un salón alumbrado con una luz mortecina, en el que cada participante dispone de una silla, una mesilla y un cuaderno en el que redacta su testamento.

Al terminar, la persona se introduce en un ataúd y, para completar la puesta en escena, un señor ataviado de negro, el “Enviado del Otro Mundo”, cierra la tapa y finge martillar clavos sobre ella. El “fallecido” permanece allí diez minutos, en el silencio y la oscuridad. Pasado ese tiempo y reabiertos los cajones, el coordinador del programa les dice a los clientes que han enterrado su viejo yo, que han renacido y que tienen una nueva oportunidad. A los “resucitados” les lleva algunos minutos resintonizar –algunos salen llorando–, y luego ya bromean y se hacen selfies con su “última morada”.

Desde 2012 han pasado unas 15.000 personas por estos funerales fingidos, que son gratis y que los empresarios recomiendan a sus subalternos burned out. Algunos de estos refieren que la experiencia les ha dado una nueva perspectiva de la vida, y otros, que les ha ayudado a alejar las tentaciones de suicidio.

Lástima que para llegar a esas conclusiones tengan pasar por tan tétrica representación. Pero en fin, si de algo sirve, en un país que según la OMS tiene la mayor tasa de suicidios de Asia (36,8 por cada 100.000 habitantes), pues entonces que no lo duden: ¡Al cajón!