No, no: Goya no era homófobo

¿Había escuchado usted que Francisco de Goya fuera un pintor gayfriendly, a saber, que fuera de buen rollo con los homosexuales, o que, por el contrario, pudiera entrar en la cada vez más amplia categoría de “homófobo”? ¿No? Yo tampoco. Las clasificaciones de este tipo, tan de nuestros días, no aplicaban en la primera mitad del XIX; pero actitudes hacia el fenómeno sí que las había, y difícilmente pasaban por darles a las personas homosexuales esa acogida “con respeto, compasión y delicadeza” que aconseja el Catecismo de la Iglesia. Goya, hombre de su tiempo, entendería el asunto –digo yo– desde una perspectiva no muy diferente a la de sus contemporáneos.

Otra cosa, sin embargo, es lo que leo en la BBC en boca de Carlos G. Navarro, curador de la exposición “La mirada del otro”, una muestra pictórica y escultórica con la que el Museo del Prado ha querido ponerse a tono con la jornada del “orgullo gay”, que se celebra en Madrid en estos días de canícula. Pues bien: una de las obras en exhibición es El maricón de la tía Gila, de Goya, y muestra a un personaje con un gesto torcido en el rostro y una pose forzada: brazos en jarra y panza hacia adelante. El aire de la composición es caricaturesco.

Francisco de Goya, El maricón de la tía Gila

Navarro, sin embargo, hace unas piruetas imposibles para adentrarse en la mente del pintor y librarlo de toda sospecha posible de homofobia: “Es –la del artista, dice– una mirada de conmiseración. No es una mirada acusatoria. Hay una dosis de realismo profundamente contemplativa”. Ya, ya: “Goya el Compasivo”, lo llamaremos desde ahora, exculpándolo preventivamente de culpas que no tiene y de prejuicios que hasta ahora nadie le había achacado. Así también podremos esperar que algún crítico nos diga que el artista, que no intentaba disimular con sus pinceles la muy generosa y carcajeante nariz de Carlos III, reflejaba con ello un implícito sentimiento antimonárquico, por lo que hoy sería un republicano convencido. Hecha una inferencia ridícula, ¿qué importan unas cuantas más?

Ahora bien, además de los matices tan curiosos que se dan a la pintura del aragonés en la “orgullosa” muestra, se advierte que la justificación para incluir otros cuadros parece poco menos que traída por los pelos. Así sucede con el lienzo Aquiles descubierto por Ulises y Diómedes (1618), de Rubens. La escena ilustra el momento en que el joven semidiós, a quien su madre había disfrazado de mujer para evitar que lo reclutaran para la guerra de Troya, es descubierto por los otros dos guerreros cuando, instintivamente, empuña un arma. La obra está en la exposición porque “casa” con el tema del travestismo y la transexualidad.

A ver, que no es por negarle “homoméritos” a Aquiles; que ya sabemos de su profundo amor a Patroclo según la peculiar manera en que los antiguos griegos entendían la sexualidad, ¡pero esto va de otra cosa! Los norteamericanos que, en los años 70, se las ingeniaron para sacarle el cuerpo al servicio militar en Vietnam sabrían explicarle al curador del Prado de qué va el tema, que es más de evitar palmar en el campo de batalla que de asumir una identidad sexual diferente. De hecho, según la leyenda, mientras estaba huyéndole a la “mili” bajo ropajes femeninos, Aquiles tuvo un hijo con una dama de la corte en que estaba escondido. Al menos aquí, lo del semidiós trans no cuela.

Guido Renni, San Sebastián

Por último, reparemos en un cuadro de Guido Renni: San Sebastián (1619), en el que se representa al centurión romano semidesnudo en el momento en que los soldados han comenzado a asaetearlo. Del mártir cristiano, la BBC apunta que “es visto en la actualidad como un icono del erotismo gay”, quizá por la pose en que algunos artistas, del siglo XV en adelante, lo han representado: un hombre joven y atlético, semidesnudo. Hasta entonces, la imagen del santo era absolutamente otra: era, según explica la especialista Joaquina Lanzuela, la de un anciano barbudo, según la descripción que hizo de él un capitán de la guardia del emperador Diocleciano.

Lo interesante será saber si los responsables de la muestra del Prado harán algo para deslindar la figura del mártir de cualquier identificación con la homosexualidad. A tenor de las palabras de Navarro a la BBC, no lo parece: “No hemos querido hacer homoerotismo, sino narrar la historia de la contemplación de lo homosexual a través de las pinturas”. Pues nada: un caso típico de apropiación cultural. ¿Algo impedirá que la representación del tormento de un cristiano, al ser incluida en una muestra sobre la “sexodiversidad”, lleve al espectador no avisado a entender que el santo era inobjetablemente gay? “¡Tal vez lo mataron los propios católicos, homófobos como son!”, podrá pensar.

En fin, que si hay que apiñar en las paredes elementos sin demasiado sentido, que se haga. La cuestión es celebrar.