Vientres de alquiler: con la Iglesia nunca, aunque estemos de acuerdo

Son de izquierdas y feministas. Se oponen a cualquier forma de explotación del cuerpo femenino. De ahí que hayan firmado y publicado en Internet un manifiesto contra la maternidad subrogada: No somos vasijas. Alquilar vientres, dicen, es alquilar mujeres, poner precio a su dignidad.

Hasta aquí todo normal. Lo curioso llega cuando uno empieza a leer los argumentos. Los primeros –los más importantes, se supone– señalan la injusticia de que un contrato obligue a una mujer a tener al niño. Parece que lo que molesta a los firmantes es solo que la mujer no pueda abortar. Entonces no habría problemas, cabe suponer, si la gestante que presta su vientre para otros lo hace por propia decisión altruista.

Pero no: el manifiesto señala unos puntos más abajo que “el altruismo y generosidad de unas pocas, no evita  la mercantilización, el tráfico y las granjas de mujeres”; y que “cuando la maternidad subrogada altruista se legaliza se incrementa también la comercial”. Dos argumentos válidos –y ciertos– en sí mismos, pero que se refieren más a las circunstancias que a la injusticia intrínseca de la maternidad subrogada.

Sin embargo, entre los primeros argumentos y estos últimos aparece una afirmación un tanto desconcertante: “La recurrencia argumentativa al altruismo y generosidad de las gestantes (…) refuerza la arraigada definición de las mujeres, propia de las creencias religiosas, como seres-para-otros”. Es como si los autores del manifiesto no pudieran resistirse a atizar a la religión, o al cristianismo, que es, de los grandes credos, el que con más claridad se opone a los vientres de alquiler. La consigna parece ser no mostrarse de acuerdo con la Iglesia, pase lo que pase. Los autores de No somos vasijas podrían haber encontrado un aliado para el argumento de la dignidad de la mujer en la doctrina cristiana, pero eso es anatema. Más coherentes, aunque sus conclusiones sean menos éticas, son otras voces dentro de la izquierda que, bajo el lema de “mi cuerpo es mío”, propongan justo lo contrario: legalizar la práctica de la maternidad subrogada.

En el fondo, el debate en torno a los vientres de alquiler denuncia el viejo dilema entre el progresismo “de valores” y el que podríamos llamar libertario; un debate presente también en el tema de la prostitución (pero ausente –por desgracia– en el del aborto). Si no fuera por la alergia a lo católico, la postura de la Iglesia podría enriquecer esta discusión. Pero ya se sabe: un dogma es un dogma.