Las reválidas y el celo de la “comunidad educativa”

Las reválidas han muerto. Su acta de defunción se firmó el pasado lunes, en una reunión del Ministerio de Educación con representantes de las Comunidades Autónomas españolas. Al terminar, uno de los enviados regionales se felicitaba por la decisión del gobierno de dar marcha atrás. Y añadía: “La comunidad educativa no ha bajado la guardia”.

La pregunta es: ¿Cuál es el enemigo del que ese ente llamado pomposamente “comunidad educativa” debe proteger a los estudiantes? A tenor de lo expresado por los críticos de las reválidas, el enemigo es la evaluación. Porque la discusión no se ha centrado en cómo hacer las pruebas más justas o más útiles, sino en el mismo hecho de fijar un requisito académico común a todos para acceder a un nivel superior de estudios, lo que en otros ámbitos se consideraría un signo de transparencia.

Otra de las asistentes a la reunión con el Ministerio señaló que, gracias al cambio de postura del gobierno, se evaluaría al sistema, pero no al alumnado. Sin embargo, los propios estudiantes están bastante acostumbrados a que se les examine a ellos, y no “al sistema”. Tampoco en el mercado laboral se juzga al sistema al contratar a uno o a otro candidato. Por otra parte, cabe preguntarse: ¿Por qué la comunidad educativa no confía en los estudiantes de secundaria como sí lo hace en los de bachillerato, que se enfrentan –y lo seguirán haciendo– a una prueba vinculante? ¿O es de los profesores de los que no se fía?

Se pueden poner muchas objeciones a las reválidas: por ejemplo, que tengan un peso excesivo en la decisión de si un alumno está preparado para avanzar en su itinerario educativo; o que puedan llevar a que los programas curriculares se “encorseten” demasiado. Sin embargo, y por desgracia, las discusiones no han ido por ahí. Todo sea por el pacto educativo.




Los científicos congelan la esperanza en torno a la criogenización

Una reciente sentencia de un tribunal británico ha permitido que una niña, muerta por cáncer, sea criogenizada para intentar revivirla cuando se haya descubierto una cura a su enfermedad. El hecho de que la difunta sea una menor, y que hubiera expresado su deseo de no morir en una carta que se ha hecho pública, ha añadido dramatismo al caso. El fallo el juez ha sido descrito en los medios como un acto de humanidad.

Sin embargo, la comunidad científica británica no lo ve de la misma manera. Para ellos, la sentencia crea expectativas irreales, pues las probabilidades de revivir a una persona son “infinitesimales”. Por eso, acusan al juez y a las compañías de criogenización de comportarse de forma irresponsable.

Clive Coen, profesor de Neurociencia en el King’s College de Londres, explica que “no existe ningún experimento que haya podido resucitar el cerebro de un mamífero, mucho menos el cuerpo entero”. Incluso si se pudiera –añade–, los órganos vitales sufrirían un enorme daño al congelarse, y otra vez al devolverlos a la temperatura normal.

Es cierto que ha habido grandes avances en la preservación de células reproductivas, pero no es lo mismo criogenizar una sola célula que un cuerpo entero. Resulta ilustrativo el caso de Anna Bagenholm, una mujer que sobrevivió después de permanecer en agua helada durante 80 minutos tras un accidente de esquí. A pesar de que Bagenholm nunca estuvo muerta, y de que su temperatura corporal solo bajó hasta los 13,7 grados, al despertar había quedado paralizada de cuello para abajo.

Por otro lado, como comenta una profesora de Endocrinología Reproductiva del Imperial College de Londres, no está claro que los derechos de los criogenizados puedan ser protegidos indefinidamente. “En resumen: esta técnica tiene grandes riesgos para el paciente, plantea problemas éticos, es muy cara y no ha demostrado sus beneficios. Si fuera un medicamento, no sería aprobado”.




Lo que los norteamericanos piensan, y lo que los medios piensan que piensan

Si uno se deja llevar por la narrativa de los principales medios de comunicación norteamericanos, parecería que la sociedad estadounidense está más desencantada que nunca con la economía del país, los efectos de la globalización y los candidatos a la presidencia. Aunque hay algo de cierto en todo esto, los datos de encuestas matizan algunas de estas ideas, y desmienten completamente otras. Un artículo de Vox recoge 21 gráficos que contradicen muchas de las “certezas” frecuentemente repetidas por los periódicos.

En cuanto al estado de la economía, los norteamericanos han recuperado su confianza después de un fuerte descenso durante los años de crisis. Actualmente, está en los niveles normales en periodos de crecimiento. Ciertamente, hay motivos para el optimismo: los ingresos del hogar medio aumentaron más de un 5% entre el 2014 y el 2015. Además, la subida fue aún más pronunciada en las familias pobres.

Tampoco parece que haya razones para declarar una epidemia de desencanto político. Solo uno de cada cuatro encuestados señala que no le gusta ninguno de los dos encuestados. En 2012, cuando se enfrentaban Obama y Romney, el porcentaje era del 11%. La proporción ha aumentado, pero sigue siendo minoritaria.

Por otro lado, la valoración que los estadounidenses hacen de la globalización no es tan mala como se suele decir, o como los candidatos creen. En la última encuesta de Gallup sobre la percepción del comercio exterior como algo positivo o negativo para la sociedad, la primera opción alcanzó su máximo histórico. Otra encuesta realizada en 2016, en este caso por el Pew Research Institute, señalaba que casi un 60% de los norteamericanos considera que la diversidad racial es algo enriquecedor, una proporción mucho mayor a la de los principales países europeos. En cambio, sí que ha aumentado considerablemente el miedo a un ataque terrorista asociado a la inmigración, a pesar de que, como demuestra otro gráfico, la probabilidad de sufrir uno es bastante menor a la de ser atropellado por un tren.

Otro dato de interés muestra que, según las encuestas, si solo votaran los hombres, Trump ganaría claramente, y si solo lo hicieran las mujeres, la victoria de Hillary sería aún más abultada. La polarización por sexo parece al menos tan importante como la socioeconómica, en la que tanto han insistido los medios.

 




Ahora nos rasgamos las vestiduras con Trump…

No seré yo quien defienda a Donald Trump, y menos aún sus obscenos y frívolos comentarios, grabados en 2005 pero destapados recientemente para indignación mundial. La valoración moral y política, justamente condenatoria, ya ha sido hecha en muchos medios.

Sin embargo, llama la atención que sus palabras, acerca de lo fácil que es seducir mujeres –en el sentido más burdo de la palabra– cuando se es una “superestrella”, hagan rasgarse las vestiduras a una sociedad (o quizás solo a su opinión pública) que en el mundo del espectáculo y el entretenimiento ha tolerado, y jaleado, una grotesca cosificación de la mujer. Basta echar un vistazo a los videoclips de algunos tótems de la música actual para darse cuenta.

Por otro lado, está el hecho de que las desafortunadas palabras de Trump fueran dichas en privado y sin que él supiera que le estaban grabando. Eso no cambia su estupidez, pero seguramente encontraríamos muchos comentarios parecidos en conversaciones de Whatsapp o Snapchat de tantas personas que ahora claman de ira contra el candidato republicano.

“Bueno, pero se trata de bromas entre amigos”, alguien podría objetar. Lo de Trump también lo era. Y eso es lo triste. La degradación de la sexualidad en el discurso privado y público se ha vuelto tan normal que pocos se ruborizan al decir burlas de este estilo. La misma Arianne Zuker, la mujer sobre la que Trump y Billy Bush hacen sus comentarios, representaba en un sketch el papel de una empleada “dispuesta a todo” para conseguir un puesto de trabajo. Su jefe: Donald Trump. Unos días después de la grabación, bromeaba sobre la situación en un talk-show, con el aplauso del público.

¿Seguimos aplaudiendo?




El camaleónico discurso abortista

A los activistas pro-aborto les gusta presentarse como una comunidad unida en torno a un mensaje nítido, universal y emparentado irrevocablemente con el progreso: la liberación de la mujer. Por eso, resulta desconcertante –o, más bien clarificador– que sus argumentos para defender ese supuesto absoluto varíen tanto, según dónde se produzca la polémica.

En algunos países se pide la liberalización del aborto para reducir la alta mortalidad materna asociada a las prácticas clandestinas. Este argumento no se emplea en Chile o Irlanda, porque allí se ha demostrado que una legislación provida es perfectamente compatible con que mueran muy pocas madres (menos que en otros lugares con leyes más laxas): la clave está en la calidad del sistema sanitario.

En otros lugares se arguye que el aborto es una manifestación del derecho de la mujer a hacer lo que quiera con su cuerpo. Pero este argumento tampoco es el mejor en países como Polonia, donde se ha propuesto cambiar la legislación: según las encuestas, un 73% de la población está conforme con la ley actual, que solo permite abortar en casos de violación, incesto, riesgo para la vida de la madre o malformaciones genéticas en el feto. Es decir, a la mayoría de los polacos les parece que solo debe permitirse el aborto si concurren circunstancias graves, no el aborto a petición.

Por eso, allí los “pro-choice” están subrayando el hecho de que el endurecimiento de la ley haya recibido el apoyo de un partido ultraderechista (aunque el proyecto parte de una iniciativa popular), como si el valor de una postura dependiera de quién la defienda. Quien no cambia de argumento es la Iglesia católica, que en Polonia ha dado su apoyo a la propuesta. Su posición sí es clara, absoluta y universal: la vida del feto tiene un valor en sí misma. Tanto –ni más, ni menos– como la de la gestante. Por eso hay que intentar salvar las dos. Esto no es ser radical, es ser coherente.