«Estoy harta»

pizarra copiaHasta el gorro. Harta. Así se declara una maestra andaluza que en días pasados soltó toda una proclama reivindicativa ante un grupo de sus colegas, a los que recordó que la misión del docente es instruir, educar, enseñar, y no “aguantar”, que fue lo que le dijo un padre cuando la docente se quejó por el mal comportamiento de su hija.

Entre otras cuestiones, Eva María Romero –que así se llama– manifestó su hartazgo por el menosprecio hacia la labor de los maestros, por la sobreprotección de unos progenitores “que quieren que sus hijos aprueben sin esfuerzo y sin sufrir, sin traumas”, y en general, por cierta actitud social que glorifica “a seres que presumen de su ignorancia” y que “valora a un futbolista o a un ‘nini’ más que a una persona con estudios, respetuosa y educada”.

La profesora advierte que en adelante no volverá a callarse ‘por educación’ ante los excesos, y que responderá en la misma forma en que se dirijan a ella. Quien suscribe, antiguo profesor, la comprende y se solidariza.

Quitando las generalizaciones –que ser futbolista no es automáticamente tener una zapatilla por cerebro, ni todos los “nini” lo son por voluntad propia–, cierto es que el sentido común y la meritocracia han conocido mejores días. Si el profesor pone tareas, es para “amargarle la vida” al chico; si el estudiante está armando una batahola en clase, hay que contenerse y no expulsarlo porque lo punitivo es “antipedagógico”, así que todos a aguantarse. Y de este modo vamos, temiendo siempre que chiquillos no suficientemente controlados en casa y dejados a su aire en el colegio nos peguen un empujón en la calle, quizás sin intención pero sin disculparse; o que no se enteren de por qué es correcto cederle el asiento en el transporte público a una septuagenaria. Seres empáticamente nulos, por tanto, de cuidado…

Dos jóvenes de esta camada –youtubers para más señas– han atraído la atención de los medios en fecha muy reciente. Uno, de Alicante, se hacía grabar mientras insultaba gratuitamente a otras personas por la calle, hasta que un repartidor al que llamó “cara’anchoa” le cruzó el rostro de una bofetada. Otro, catalán, se filmó mientras regalaba a un mendigo unas galletas rellenas con pasta dental. Lo curioso es que, ante la reacción de enfado que provocaron en las redes, ambos se manifestaron extrañados, “atacados” por haters (odiadores, vamos, que ya con tanto inglés…). Y ahí está el peligro: en su absoluta falta de discernimiento sobre la calidad de sus acciones, típico resultado de una educación consentida y regalona.

Pero volvamos sobre el dato: se trata de youtubers, y su declarado objetivo con acciones tan degradantes era atraer viewers (espectadores) y, claro, ganar dinero. Aquí conectamos con la denuncia de Eva, dada la absurda realidad de que algunos sujetos ignorantes de las normas sociales más elementales son vistos como modelos imitables. Si hubo muchos que detestaron las “travesuras”, también hubo quienes las aplaudieron.

Lástima que estos sean los moldes, cuando deben ser otros. Por ejemplo, los propios maestros. Precisamente una campaña de la empresa Blinklearning va en esa dirección: en la de recordar al público que los verdaderos influencers no son aquellos que, en las redes, se tatúan un trozo de pizza en el brazo, o bailan determinado ritmo e invitan a otros a repetirlo, sino los que “marcan nuestra sociedad generación tras generación”, porque “influyen en quiénes harán las leyes, dirigirán los bancos, en los artistas que cambiarán la visión del mundo y en los guionistas de TV”; gente que afecta “vidas, sociedades y países, incluso civilizaciones; personas como tú y como yo, pero con un poder extraordinario”.

Es hora, pues, de caer en la cuenta de quiénes son los verdaderos protagonistas del cambio. Porque si se les arrincona, si no se les reconoce autoridad, a los chicos no les faltarán otros modelos, tristes ciberbufones que hacen de la maldad una “virtud” a imitar.




El circo, Obama y la mosca

elefantes-ringlingHasta que sucedió: han logrado que uno de los circos más famosos de EE.UU. eche el cierre definitivamente. La “hazaña” es de la organización denominada Personas por un Trato Ético a los Animales (People for Ethical Treatment of Animals, PETA); y el circo, el Ringling & Barnum, fundado en 1871, y que popularizó aquello de “el espectáculo más grande del mundo”.

¿Por qué se acaba? Kenneth Feld, director de la compañía, explica que las ventas de entradas han caído “drásticamente” a raíz de haber desmontado el espectáculo con los elefantes, cuya actuación atraía a muchísimo público. Las presiones de los animalistas, que durante décadas protestaron, enviaron cartas a diferentes instancias, llamaron a congresistas, etc., les obligaron a enviar a los paquidermos a un refugio de vida salvaje en mayo pasado. De entonces acá, el circo ha perdido un poco su alma y ha visto mermada su hucha.

El Ringling –todo hay que decirlo– no ha procedido siempre con el cuidado que debiera. En 2011, el Departamento de Agricultura le impuso una multa de 270.000 dólares por no cumplir las normas de bienestar animal, al hacer trabajar a un elefante que, como se vio después, estaba enfermo. A raíz de la sanción, Feld acordó que quienes trabajaran con animales debían pasar una formación de mayor rigor, y creó un puesto de supervisor para evitar otros incidentes. Fin del asunto.

Pero eso no les bastaba a los del PETA, sino que el circo, nunca mejor dicho, ¡petara! Y es lo que, envalentonados, anuncian ya a otros como amenaza: “Todos los otros circos de animales, los zoológicos (…), incluidos los parques de diversiones marinos como el SeaWorld y el Miami Seaquarium, tienen que tomar nota: la sociedad ha cambiado, ha abierto los ojos, la gente sabe quiénes (sic) son esos animales y sabemos que está mal capturarlos y explotarlos”.

Ya casi no deberían causar sorpresa estas afirmaciones, y aún menos el lenguaje de matón con que se formulan. Cierta pérdida del sentido de la realidad, que induce a tratar a los animales como personas –“sabemos quiénes son estos animales”– y a desentenderse de las personas como si fueran gorriones que se buscan la vida por sí mismos, ha llevado no solo a boicots como el montado contra Ringling, sino a manifestaciones violentas para impedir, por ejemplo, que se sacrifique preventivamente a un perro para evitar el riesgo de contagio de un virus mortal, o que salten las alarmas si alguien –por decir, el presidente de EE.UU.– mata una mosca.

El protagonista del ridículo fue, igualmente, PETA. A su vicepresidente, Bruce Friedrich, le sentó muy mal que Barack Obama le diera un manotazo mortal a una mosca que lo estaba sacando de sus casillas durante una entrevista con la cadena CNBC. Según Friedrich, hay que mostrar “compasión incluso hacia los animales más pequeños” y darles a los insectos “el beneficio de la duda”. Como colofón, informó que le enviaría al presidente un artilugio “atrapamoscas” para que, en lugar de matarlas, las capturara y las dejara después en libertad.

Podríamos así echar a volar –junto con la mosca– la imaginación, y figurarnos no solo la que deben de estar liando cucarachas, moscas y arañas, campando a su aire en la sede de los animalistas, sino la alegría de los ácaros, las lombrices parasitarias y las numerosas alimañas que matan a millones de personas pobres de este mundo, al saber que hay toda una institución que las defiende (a las alimañas, preciso).

A los niños americanos, solo un consejo: visiten cuanto antes al acuario, pues delfines y orcas no son cosa que puedan ver después en la pescadería. Los “mosqueados” activistas de PETA están al acecho.




El camarada Xi ha pitado: balón en juego

chinese_national_football_team_2011Las ofertas millonarias a jugadores de clubes de fútbol europeos por parte de China han ido saliendo a la luz en las últimas semanas. Solo a Cristiano Ronaldo, un club del país asiático le ha ofrecido, según The Guardian, 300 millones de euros anuales; según The New York Times, más “comedido”, han sido “solo” 150 millones.

China quiere ser una potencia futbolística –estar hoy en el lugar 82 del ranking de la FIFA, por detrás de San Cristobal y Nieves, unas islas que apenas son dos puntos en el mar Caribe, no es para descorchar botellas–. Para ello, está yendo a buscar talentos fuera y tentándolos con sumas que duplican o triplican las acostumbradas en esta parte del globo. En un mundo donde la ley imperante es la de la oferta y la demanda, no habría nada que objetar: todos lo hacen. Todos, claro, los que no se declaran Estados comunistas, pues en teoría estos deben colocar en primer lugar las urgencias de la gente más pobre y priorizar el desarrollo económico en pos de ofrecer mayor nivel de bienestar material a la población, y no sueldos innecesariamente altos a futbolistas.

Pero Beijing, se sabe, juega en todas las ligas. Además, como todo país comunista que se precie, no escapa a la tentación de mostrar que su potencia en el deporte es consecuencia de la superioridad de su sistema político. Así ocurría –doping mediante– en la Unión Soviética y en el resto de sus entonces satélites europeos; pasa en Cuba, que obtuvo el quinto puesto en Barcelona 92 porque “la Revolución ha convertido el deporte en un derecho del pueblo”. Y como quien corta el bacalao en China es el Partido Comunista, por más que sus reglas del juego económico sean ferozmente capitalistas, pues el camarada Xi Jinping reproduce el esquema: “Mi mayor esperanza es que el fútbol chino se coloque entre los mejores del mundo”.

Para que ese tren llegue a su estación, se le han trazado dos vías. Una, la mencionada compra de talentos en el exterior, y otra, la inversión en campos y escuelas de entrenamiento, para las que se contrata igualmente a preparadores foráneos. Según el Times, una de esas instituciones, la Evergrande Football School, cuenta ella sola con 2.800 estudiantes y 48 campos de fútbol. El gobierno pretende construir decenas de miles de campos de entrenamiento y llevar el deporte del balón a los programas escolares en decenas de miles de colegios.

Lo interesante será ver de qué forma implementa Beijing esa “asignatura”. Muchos padres, preocupados por el desempeño académico de sus hijos en un entorno cada vez más competitivo, saben que los Messi y los Ronaldo no se multiplican como gremlins, por lo que a los chicos más les vale aplicarse a las matemáticas, que tienen más futuro.

El de Xi es, sin duda, uno de esos tics voluntaristas tan caros a los gobiernos comunistas. Sea el empeño de Corea del Norte por construir un hotel de 105 pisos –el más grande del mundo–, o el de la URSS por trazar una línea férrea que atravesara la inhóspita Siberia, en demostración de cómo el poder soviético vencía a la naturaleza, o la meta cubana de fabricar 10 millones de toneladas de azúcar en una sola zafra, todo es una “victoria del pueblo”. Aunque, por dentro, el hotel de Pyongyang permanece inacabado y vacío; la mayoría de los proyectos mineros siberianos que enlazaría el ferrocarril Baikal-Amur no han llegado a ejecutarse jamás, y Cuba, “azucarera del mundo” que fue desde el siglo XIX, ha tenido que importar parte de su azúcar desde Brasil.

En China, le toca el turno al fútbol. Si Mao movilizó a millones para matar gorriones, con seguridad muchos irán de mejor grado a patear pelotas. Ya nos enteraremos del resultado.




Las manos de Merkel

Un fotomontaje publicado en Twitter por el líder ultraangela_merkel_handsderechista holandés Geert Wilders muestra a una Angela Merkel con el rostro y las manos ensangrentadas. En opinión de Wilders –y del británico Nigel Farage, y de varios políticos alemanes críticos con la acogida a los refugiados sirios, afganos, africanos, etc.– en la canciller germana reside toda la culpa por el atentado terrorista del pasado 19 de diciembre en un mercadillo navideño berlinés.

Ciertamente, en una masa tan enorme de refugiados como la que tocó a las puertas de Europa en 2015 (solo en Alemania entraron 1,5 millones), no es raro que el Estado Islámico haya “colado” a algunos de sus asesinos –por desgracia, el “¿son todos trigo limpio?”, del cardenal Antonio Cañizares, ha demostrado su pertinencia en más de una ocasión–.El último atacante, el tunecino Anis Amri, que acaba de morir en Milán en un tiroteo con la policía italiana, no había entrado en esa ola, sino en 2011, pero era seguido de cerca por la policía alemana, que ya había intentado deportarlo al no cumplir con las condiciones necesarias para obtener asilo. Túnez, sin embargo, negó que fuera ciudadano suyo y no aceptó recibirlo, por lo que Alemania, que es un Estado de Derecho y no dispone de la tecnología para evaporar personas, tuvo que dejarlo estar.

Habrá que decir, primeramente, que lo de las manos ensangrentadas de Merkel es una crítica cuando menos injusta. La canciller alemana no salió “de compras” en 2015 y regresó con refugiados a casa. De hecho, cuando la crisis de los desplazados no había alcanzado aún la magnitud de finales del pasado año, había rechazado ante las cámaras de TV el pedido de una niña palestina –refugiada con su familia en el Líbano, pero con un asilo temporal de cuatro años en Alemania–, para permanecer en el país. No es, pues, que le entusiasme la acogida “al por mayor”.

Lo que sucede, sin embargo, es que un Estado moderno y democrático tiene, felizmente, una “debilidad”: no puede detener por la fuerza el avance de un millón de civiles desarmados que se presenten en su frontera. Si estuviéramos en el siglo XIX y gobernara Otto von Bismarck, este desplegaría un batallón del ejército prusiano y, a cañonazos, echaría atrás el contingente de hombres, mujeres y niños llorosos, hambrientos y muertos de frío. Como las reglas han cambiado, es imposible garantizar de esa manera la inviolabilidad de las fronteras. No lo ha hecho Merkel ni, con seguridad –en el hipotético caso de que fueran primeros ministros– podrían hacerlo Farage ni Wilders, ni tampoco los adversarios que le han brotado por la derecha a la canciller, los de Alternativa por Alemania, que tampoco se han ahorrado la expresión “los muertos de Merkel” para aludir a los asesinados en Berlín.

Por otra parte, los críticos harían bien en darse cuenta de que la normalidad, la paz en las calles europeas, no existe por generación espontánea, sino porque las fuerzas de seguridad están volcadas haciendo su trabajo y frustrando constantemente maquinaciones de atentados. En la madrugada del día 23 de diciembre, por ejemplo, dos jóvenes kosovares fueron detenidos en Duisburgo (oeste) por sospechas de que preparaban un ataque en un gran centro comercial. Los detalles de cuán avanzados estaban en sus preparativos ya se conocerán, pero pronto no habrá demasiado ruido sobre el tema.

Lo que hace ruido, y mucho, es el rastro de sangre de los ataques, pero afortunadamente estos no son la norma. Y no lo son por la eficacia de las fuerzas de seguridad: de seres humanos que, aunque conocen su trabajo, también pueden ser falibles y que, además, para evitar que las libertades de todos retrocedan, saben respetar ciertos límites. Aunque algún pillo siempre habrá que busque fisuras en el muro para atravesarlo y cometer sus crímenes.

Las manos ensangrentadas, en todo caso, serán las suyas, no las de Merkel.




¡Alegraos, oh celtíberos: ha llegado el solsticio!

Filling Stonehenge at Winter Solstice. Feat. Blackberry.

Stonehenge, Inglaterra: cientos de curiosos reunidos para celebrar el solsticio de invierno.

¡Enhorabuena, amigos celtas, íberos, mayas, romanos y de civilizaciones variopintas! Ya tenemos aquí el solsticio de invierno. Ese buque insignia de las ciudades españolas que es el Ayuntamiento de Madrid, capitaneado por Manuela Carmena y su atrevida tripulación de Podemos, nos regala este año una nueva fiesta: un desfile de luces con el que saludar, el 21 de diciembre, la llegada del invierno y, desde ese momento, el acortamiento progresivo de las noches.

Es la luz que vence a la oscuridad, pero no al estilo del Niño que, en las pinturas barrocas, iluminaba él solo el establo en que había nacido y, más allá,  a la humanidad toda. No, no. En el solsticio carmeno-podemístico, la luz va de otros rollos. Según nos ilustra un folleto creado para la ocasión, la fiesta luminosa tiene más que ver con el significado que le daban los antiguos nórdicos, como celebración de la fertilidad y la abundancia, y los mayas, para quienes era el momento ideal para sembrar el maíz.

Habrá que agradecer primeramente al Ayuntamiento por recordarles a los madrileños que es ese día y no otro el más propicio para que planten sus semillas del cereal, no sea que los manes de sus antepasados se les vuelvan en contra, les echen a perder lo sembrado y tengan que ir en primavera al súper o al ultramarino de toda la vida a comprar el grano dorado.

Igualmente, estaremos todos muy al tanto de ver si el consistorio capitalino sigue adecuadamente todos los pasos del blót, el sacrificio que los antiguos nórdicos solían hacer en este momento del año, en los equinoccios de primavera y otoño, y en el solsticio de verano. A Odín, dios de la guerra, los vikingos ofrecían en estas fechas sacrificios de animales, fundamentalmente caballos, pero igualmente de niños y adolescentes elegidos para la ocasión, en una juerga aderezada con abundantes brindis en honor de todo el panteón escandinavo. El “botellón” de entonces, vamos.

Tales costumbres fueron abolidas tras la llegada del cristianismo a Escandinavia e Islandia. La nueva religión resignificó las fiestas, poniendo luz y esperanza donde antes había únicamente oscurantismo y crueles prácticas que hacían peligrar la existencia de los potenciales “tributos”. Pero eso no parece importar por aquí, acostumbrados como estamos a escuchar que fue el cristianismo el que “oscurantizó” a Europa. Podrá ocultarse, pero la celebración que ahora nos propone el Ayuntamiento madrileño tenía una cara bastante menos amable, y no interesa mostrarla. Del solsticio, solo la luz, aunque puestos a ceñirnos a la tradición, los de Carmena pudieran, como también hacían nuestros celtas e íberos, degollar un carnero sobre un altar de piedra, comer las vísceras y echar la sangre a una fuente de agua –¡con la Cibeles tan cerca…!–. Para completar el ritual, algún edil podría echarse una siesta sobre la piel del animal y pedir a los dioses que le hagan sustanciosas revelaciones durante el sueño.

Cabe preguntar, ante la extravagancia de la invitación a esta fiesta neopagana, si responde a algún tipo de reclamo mayoritario. Las tradiciones populares que de verdad lo son, sea la de caballeros cristianos y musulmanes zurrándose simuladamente en Alcoy, o la mismísima tomatina de Buñol, tienen un público que las pide y perpetúa. De momento, sin embargo, a este redactor no se le ha acercado ningún celtíbero para preguntarle qué tal se lo va a montar en el solsticio, ni le consta que la madrileña gente esté muy al tanto de qué es lo que tiene especial ese día.

De la Navidad sí que todos estamos más o menos enterados –que por algo son 20 siglos–, pero de estos aquelarres solsticiales habrá que “enterarnos”. Justo para ello está el mencionado folleto del Ayuntamiento: para dejarnos caer, como “al descuido”, cuáles son las tradiciones guay, que debemos abrazar aunque nos empujen de vuelta a las cuevas, y cuáles aquellas –las cristianas– de las debemos renegar, aunque estén en la base intelectual de nuestra democracia y bienestar.

Tendrá que tener cuidado doña Manuela con el entusiasmo de su equipo por la importación de costumbres y rituales extraños o ya superados. Si algún día a sus asesores “pro-diversidad cultural” se les ocurriera implantar la ancestral práctica esquimal de abandonar a los ancianos en un banco de hielo, la alcaldesa podría tener que poner tierra de por medio para no acabar flotando en una balsa en el estanque de Navacerrada y viendo de lejos cómo su apadrinada, la juvenil portavoz Rita Maestre, azote de capillas, toma el bastón de mando.

Para que ese momento no llegue, ¡mejor alégrate con la Navidad, Carmena! –y vosotros también, colegas celtas, íberos, mayas y vikingos–.




La capital macedonia de las “fake news”

El tema de las fake news (noticias falsas) ha cobrado fuerza desde el triunfo de Donald Trump en las pasadas elecciones de EE.UU., “apoyado” –por obra y gracia de los creadores de falacias– por alguien tan poco sospechoso de simpatizar con sus propuestas migratorias, como el Papa Francisco. El pasado 4 de diciembre, el alcance de los bulos de campaña se pudo palpar en la irrupción de un hombre armado en una pizzería en Washington. El sujeto dijo querer “investigar” la relación entre ese restaurante y una trama de explotación sexual de menores a la que estaría vinculada la propia Hillary Clinton. Una mentira como un pino.

Lo interesante es saber que muchas de las invenciones en torno a la pugna electoral norteamericana tomaron forma en un sitio muy, pero que muy lejano: en Macedonia. Una periodista de la BBC ha viajado a Veles, un pequeño pueblo de ese ya muy pequeño país, y ha podido constatarlo: cientos de chicos allí se han entretenido en fabricar noticias falsas y difundirlas para ganarse unos euros. “Los americanos adoran nuestras historias y nosotros hacemos dinero de ellas. ¿A quién le importan si son verdaderas o falsas?”, dice a la reportera un universitario que se esconde tras el pseudónimo de Goran.

El pasado verano, según le explica, Goran comenzó a colgar en las redes historias sensacionalistas, a veces plagiadas de sitios web de derecha estadounidenses. Tras copiar varios artículos, los empaquetó bajo un titular atractivo y pagó a FB para que los publicara. Cuando los usuarios estadounidenses leían sus historias, les daban like y las compartían, él ganaba algo por concepto de la publicidad inserta en el sitio. En un mes, y gracias a este peculiar “trabajo”, le ingresaron 1.800 euros, pero otros colegas suyos, más entregados, han llegado a ganar hasta mil por día. “A los adolescentes de nuestra ciudad no les preocupa cómo voten los americanos –señala–. ¡Solo están satisfechos con que están ganando dinero y pueden comprar ropa y bebidas caras!”.

La magnitud del fenómeno en Veles es tal, que uno de cada tres estudiantes confiesa a la reportera que conoce a alguien metido en el ajo de las fake. Uno de los chicos entrevistados le dice que trabaja hasta 8 horas cada noche para sacar adelante su paquete, y que luego se va a la escuela. Por su parte, una colega freelance local le informa que ha identificado a siete equipos que fabrican noticias, pero que son cientos los estudiantes que lo están haciendo por su cuenta. A pesar de tanta evidencia, el alcalde, orgulloso del espíritu emprendedor de los jóvenes del pueblo, se irrita cuando se le interroga sobre el asunto: “No hay dinero sucio en Veles”.

Mientras esperamos por que se desvele algún día la fórmula macedonia para la generación espontánea de miles de euros, valdría sugerir a la cadena británica que no pierda de vista a esa localidad y que envíe de nuevo a la reportera dentro de unos años a ver qué ha sido de varios de sus jóvenes  “emprendedores” –ahora enfocados en las campañas políticas macedonia, croata y serbia–. Si la moralidad ha hecho las maletas y se ha marchado del todo, convendría pasar primero por la comisaría…




Lo real maravilloso nicaragüense

Escribía Alejo Carpentier que toda la historia de América era una crónica de lo real maravilloso. Fenómenos que en Europa podían asumirse literariamente como ficción o mitología, en la otra parte del globo tenían visos de realidad. Para los haitianos, por ejemplo, el mítico Mackandal aún andaba por ahí metamorfoseado en iguana, en mariposa o en alcatraz, algo que no debe extrañar cuando, en la Venezuela actual, el jefe de Estado describe con toda seriedad cómo su finado antecesor le habla por medio de un pajarito.

En Nicaragua hay más de todo esto. Ahora mismo, el líder de la Asamblea Nacional es… un difunto. El pasado 20 de septiembre, René Núñez fue declarado presidente del Parlamento hasta enero de 2017, con todo y el “nimio” detalle de que había fallecido diez días antes. La web de la Asamblea ahí lo tiene, al frente.

El mandato ultraterreno del señor Nuñez no es, sin embargo, lo que más debe maravillar al observador extranjero –en definitiva, “expira” en enero–. Lo que sí debería asombrar es cómo el incombustible –y vivo– presidente Daniel Ortega, azote de dictadores en los años 70, hoy va tranquilamente camino a convertirse en uno, con una oposición noqueada a golpe de ilegalizaciones y tras unos comicios en los que el 70% del electorado se abstuvo de votar, según cálculos de terceros (el Consejo Supremo Electoral no dará la cifra real).

El caso Ortega tiene que asombrar forzosamente al foráneo porque cuando termine su nuevo período, en 2022, habrá estado más años en el poder (24) que cualquiera de los Somoza por separado. Porque, además, sin ser un dictador “oficial”, la gente se abstiene de hablar demasiado alto cuando él es el tema, y porque la nueva vicepresidenta del país es… ¡su esposa!, Rosario Murillo, una señora que aparece frecuentemente en TV para leerles a sus compatriotas partes meteorológicos o sísmicos, echarles una regañina a los ministros que no han hecho los deberes en el modo en que ella lo querría, declamar poemas de su inspiración o explicar los significados de todos los símbolos esotéricos que tiene en casa.

Que Ortega no vea nada raro en todo esto; que no perciba un asfixiante tufo a poder dinástico en el hecho de que siete de sus hijos con Murillo controlen canales de TV, la distribución del petróleo o las inversiones foráneas, o que no se inmute cuando antiguos dirigentes de la revolución sandinista –como Sergio Ramírez o Ernesto Cardenal– le advierten sobre su deriva autoritaria, puede ser, bien mirado, tema para un relato literario. Los lectores podrán abrir sus ojos todo lo que puedan, pero no tendrán ante sí más que la cotidianidad de un pequeño país centroamericano, el segundo más pobre del continente, y eso a pesar de los ensalmos y los “efluvios positivos” que le prodiga su vicepresidenta-primera-dama.




¿”Morir” para valorar la vida?

Dicen de Carlos V que, obsesionado con la salvación de su alma, se hizo representar su propio funeral en el Monasterio de Yuste. La teatralización le sirvió para comprobar que, en efecto, tras su muerte se elevarían las plegarias de rigor, lo que debió tranquilizarlo un poco.

En Corea del Sur, ahora mismo, hay también quienes fingen su muerte y se introducen en un ataúd, pero no para someter su alma a una ITV para la carrera final, sino para tomar nota de cuán valiosa es la vida. Según The New York Times, una empresa, Hyowon Healing Center, corre a cargo del programa, cuyas sesiones se desarrollan en un salón alumbrado con una luz mortecina, en el que cada participante dispone de una silla, una mesilla y un cuaderno en el que redacta su testamento.

Al terminar, la persona se introduce en un ataúd y, para completar la puesta en escena, un señor ataviado de negro, el “Enviado del Otro Mundo”, cierra la tapa y finge martillar clavos sobre ella. El “fallecido” permanece allí diez minutos, en el silencio y la oscuridad. Pasado ese tiempo y reabiertos los cajones, el coordinador del programa les dice a los clientes que han enterrado su viejo yo, que han renacido y que tienen una nueva oportunidad. A los “resucitados” les lleva algunos minutos resintonizar –algunos salen llorando–, y luego ya bromean y se hacen selfies con su “última morada”.

Desde 2012 han pasado unas 15.000 personas por estos funerales fingidos, que son gratis y que los empresarios recomiendan a sus subalternos burned out. Algunos de estos refieren que la experiencia les ha dado una nueva perspectiva de la vida, y otros, que les ha ayudado a alejar las tentaciones de suicidio.

Lástima que para llegar a esas conclusiones tengan pasar por tan tétrica representación. Pero en fin, si de algo sirve, en un país que según la OMS tiene la mayor tasa de suicidios de Asia (36,8 por cada 100.000 habitantes), pues entonces que no lo duden: ¡Al cajón!




Asher no da la talla

asher-tallaAsher Nash es un niño estadounidense de 15 meses. Su madre, Megan, envío días atrás su foto a una empresa publicitaria que preparaba una campaña para la firma textil OshKosh B’Gosh, y que pedía imágenes de chicos pequeños que pudieran modelar. Asher reunía los requisitos exigidos en cuanto a talla corporal y color de ojos y pelo, sin embargo, no pasó satisfactoriamente el casting.

Asher es un niño con síndrome de Down…

Cuando Megan preguntó a la agencia el motivo de la negativa, le dijeron que Oshkosh B’Gosh no había pedido “niños con necesidades especiales” –o lo que es lo mismo: que para comprar y vestir sus prendas sí que valen, pero no para modelarlas–. La joven madre compartió entonces las imágenes de Asher en la página de Facebook “Kids with Down Syndrome”, donde han recibido miles de opiniones afectuosas y han sido compartidas más de 123.000 veces.

Tras el revuelo, Oshkosh B’Gosh se ha puesto en contacto con Megan “para entender mejor su perspectiva y darle información adicional sobre nuestro proceso de casting. (…). Tenemos muchas ganas de reunirnos con Asher y su familia, así como dar pasos para incrementar la representación de niños diversos en nuestro marketing”. Ignoro si ha sido por la presión desde Facebook, pero ahora mismo la web de la empresa, entre las fotos de cuatro niños bajo la invitación Share your genuine style, muestra dos de chicos con Down.

La diversidad, sería preciso recordarle a la firma, no va solo de orientación sexual, ni debe ser tenida en cuenta únicamente por la influencia de un lobby. En todo caso, en lo que el “lobby Down” –si es que lo hay– cobra fuerza, vale tomar nota de que hace mucho, pero mucho más tiempo que las personas con necesidades especiales están aquí. Y que si compran la ropa donde mismo lo hacemos todos, algún derecho tendrán a ver a los suyos luciéndolas.




Una “primavera católica” al Democratic style

Los católicos estadounidenses no encuentran en la campaña presidencial de su país “dónde recostar la cabeza”: de un lado, topan con un candidato con escasa continencia de sus impulsos y nada enterado de cuestiones éticas; de otro, con una candidata en cuyo equipo de campaña militan personas que cocinan ideas sobre cómo minar desde adentro a la comunidad cristiana.

Lo ha revelado Wikileaks y lo reproduce The Catholic Herald: en 2012, en un cruce de e-mails con John Podesta, jefe de la campaña de Hillary Clinton, Sandy Newman, de Voices for Progress, le planteaba a este su deseo de que los católicos “reclamen ellos mismos el final de una dictadura medieval y el comienzo de un poco de democracia, con respeto a la igualdad de género en la Iglesia católica”. Las frases acuñadas por Newman tienen resonancias egipcias o tunecinas: se necesitaba una “Primavera católica” y que se sembraran las “semillas de la revolución”.

Algo pesimista –y aquí viene lo más asombroso–, el señor Podesta le explicaba su particular labor de zapa: “Nosotros creamos Catholics in Alliance for the Common Good, precisamente para eso. Pero creo que les faltó liderazgo para hacerlo. Como [le faltó a] Catholics United. A semejanza de la mayoría de los movimientos de las primaveras, pienso que este tiene que ir de abajo arriba”.

En otros mensajes, esta vez entre Jennifer Palmieri, directora de Comunicación de la campaña de Clinton, y el estratega demócrata John Halpin, estos hacían burla de los políticos conservadores católicos, “muchos de ellos conversos”, que han sido “atraídos a la fe” por términos como “pensamiento tomista” y “subsidiaridad”. “Suenan sofisticados porque nadie sabe de qué diablos están hablando”, soltaba Halpin.

Con todos estos curiosos comentarios y revelaciones sobre la mesa, a Halpin le ha faltado tiempo para decir que todo ha sido sacado de contexto y que los involucrados en esa cadena de e-mails son “tolerantes y respetuosos”. Pero el arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, que ha tomado nota de todo, opina no sin ironía que “sería maravilloso que la campaña de Clinton repudiara el contenido de estos horribles correos de Wikileaks. Todos nosotros, retrógrados católicos que realmente creemos lo que enseña la Iglesia, le estaríamos muy agradecidos”.