Hamás se “moderniza”

La organización armada palestina Hamás, que gobierna la Franja de Gaza desde 2006, ha sido noticia en estos días porque está cambiando las maneras. Las de expresarse, apunto. Lo ha hecho en su nuevo documento programático, presentado por su líder, Khaled Meshal, en Doha; un texto en el que no se habla de “echar a los judíos al Mediterráneo” –la tradicional doctrina de los islamistas palestinos–, sino de una guerra de liberación nacional que no va contra los judíos, sino contra “el proyecto sionista”.

Según la declaración, Hamas –que es considerada organización terrorista por EE.UU. y la UE– no lucha contra los judíos por ser judíos, sino contra los ocupantes de Palestina. En otra innovación, el grupo se dice dispuesto a establecer “un Estado palestino completamente soberano e independiente, con Jerusalén como capital, dentro de las fronteras del 4 de junio de 1967”, esto es, en Gaza y Cisjordania y la parte oriental de la Ciudad Santa. Con lo que progresamos: de no querer ver a un solo judío en Palestina a reconocer implícitamente que en algún sitio deben acomodarse, va un trecho y un avance. Uno de los portavoces del grupo, citado por CNN, revela el objetivo del cambio: “Nuestro mensaje al mundo es este: Hamás no es radical. Somos un movimiento civilizado y pragmático”.

Pragmatismo, sin dudas. El propósito declarado en el anterior documento rector, de 1988, de borrar a Israel del mapa, se ha tornado más difícil que, para la zorra de la fábula, alcanzar las uvas. “Están ácidas”, se consoló la raposa mientras se retiraba con el estómago vacío; “somos un movimiento civilizado”, se encogen de hombros  Meshal y los suyos, quizás lamentando para sus adentros que ninguno de sus misiles caseros o Made in Iran haya podido alcanzar nunca la sede de la Kneset (el Parlamento israelí).

No es, por cierto, la primera vez que Hamas desliza la posibilidad de un territorio compartido. Ya en 1997, The Washington Post recogía las declaraciones del fundador del grupo, Ahmed Yassin –fulminado en 2004 durante un ataque aéreo–, quien ofreció a Israel una tregua a cambio de que sus colonos y soldados se retiraran de la Franja y de la ribera occidental del Jordán.

Lo que hoy se muestra como pragmatismo y sentido común, sin embargo, tiene algunos agujeros. En el propio documento “actualizado” hay expresiones que no cuadran con lo que se quiere hacer ver, como que “ni una sola piedra de Jerusalén puede ser entregada ni se puede renunciar a ella”; que “no habrá reconocimiento de la legitimidad de la entidad sionista”, o lo de que “ninguna parte de Palestina será negociada ni entregada”.

Contradicción pura: hablar de volver a las fronteras de 1967 ya es reconocer, de facto, que no toda Palestina –ni toda Jerusalén–  es territorio árabe. Entreabrir los ojos y el juicio les haría ver a los islamistas, sin demasiado problema, que así como se equivocaban los pioneros sionistas que reclamaban Tierra Santa para los judíos por ser “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, también es punto menos que imposible obligar a generaciones enteras de israelíes a tomar sus bártulos y largarse del territorio en el que vivían antes de, al menos, la Guerra de los Seis Días.

Hamás pretende, sí, lavarse la cara para intentar atraer amistades, pero lo hace tarde y mal. Sus contradicciones hacia Israel son, precisamente, de igual calidad que las de sucesivos gobiernos israelíes: también dicen querer la paz, pero ni hablar de desmantelar colonias ilegales ni de aplicar la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, de 1967, que pide un regreso a las fronteras anteriores a la guerra. “¿La paz? ¡Oh, sí, cuánto la necesitamos!”, dicen a ambos lados, pero entender que el otro –sea que lleve una kefia o una kipá– también necesita un territorio donde vivir y desarrollarse, eso no. Todo el mundo en sus trece.

Declare Hamás lo que declare, en ese nido de precariedad que es la Franja de Gaza, donde según Amnistía Internacional las violaciones de los derechos humanos las cometen los islamistas, se seguirá sembrando la semilla de la confrontación. Aunque la dirección del grupo se diga “civilizada y pragmática”, los libros de texto con que se forman los estudiantes de Gaza seguirán desbordados por la misma palabrería antijudía de siempre, del tipo “los judíos y el movimiento sionista no están relacionados con Israel,  porque los hijos de Israel son una nación que ha sido aniquilada”.

Para no ser los judíos el enemigo, se disimula bastante mal.




Los primeros 100 días de los votantes de Trump

Donald Trump mantiene una posición ambigua respecto al simbólico hito de los 100 primeros días como presidente de Estados Unidos, que alcanzará el sábado 29 de abril. Por un lado, hace como que lo desprecia: “Son una barrera artificial”, dice. Por otro, presume de haber hecho “más que cualquier otro presidente” en ese período.

Y es verdad que ha aprobado más normas y órdenes ejecutivas que Obama en sus primeros 100 días, pese a que no era fácil superar al que fue calificado por The New York Times como “el regulador en jefe”. Pero instar por decreto al desmantelamiento de la reforma sanitaria no es lo mismo que lograr el apoyo a su proyecto. Tampoco han prosperado hasta ahora los polémicos decretos migratorios de enero.

Lo curioso es que la afirmación de Trump –“he hecho más que cualquier otro presidente”– haya puesto a hacer fact-checking a algunos expertos, que vuelven a morder el anzuelo. Y así, abundan los análisis que presentan a otros presidentes más productivos que él.

Pero el republicano sigue marcando la agenda de los medios, haciendo que presten atención a cada una de sus palabras. A pesar de que sus palabras, “a veces dicen lo que parecen decir, otras muchas no, y a menudo es difícil apreciar la diferencia”, como señala Barton Swaim.

Estos días se ha repetido mucho el dato de Gallup de que Trump llega a los primeros 100 días con un índice de aprobación del 39%, el más bajo de la historia reciente. Pero un reciente sondeo del mismo instituto revela que un 56% de una muestra de algo más de 1.000 personas de todos los Estados piensa que hasta ahora ha gobernado según esperaban, con independencia de que les guste o no. El resto está dividido entre los que creen que lo ha hecho peor (el 23%) y los que piensan que lo ha hecho mejor (el 19%).

El dato que de verdad debería preocupar a los críticos de Trump es que, entre la mayoría de los que aprueban su manera de gobernar, el 56% considera que está cumpliendo sus expectativas; el 41%, que las ha superado; y solo el 2%, que las ha defraudado (aunque le siguen dando el visto bueno). En otras palabras: la aprobación de Trump en el conjunto de votantes es baja, pero se ha reforzado entre sus simpatizantes.

La cuestión es: después de 100 días de presidencia, ¿qué hemos aprendido de los 62,9 millones de personas que votaron a Trump? ¿Comprendemos mejor sus inquietudes? ¿Por qué las derrotas que sufre su candidato no parecen estar minando –al menos, de momento– su confianza en él?




Eutanasio Duterte

duterteEl 82% de los filipinos residentes en Metro Manila (el distrito capitalino) dice sentirse más seguro desde que el presidente Rodrigo Duterte comenzó en el verano pasado su particular guerra contra las drogas. Así lo refleja una encuesta local, y los resultados se van viendo: según la Policía Nacional, los niveles de criminalidad han descendido notablemente, pues si entre julio de 2015 y julio de 2016 habían resultado heridas unas 158.800 personas en sucesos violentos, del verano para acá “apenas” lo han sido unas 80.000, al tiempo que ha decrecido el robo de coches, el hurto, los homicidios (los no gubernamentales, vale aclarar), y otras modalidades delictivas.

Perfecto: la paz avanza en los dominios de Duterte, que ha dado vía libre a las fuerzas del orden y a los paramilitares para que procedan expeditamente contra los narcotraficantes, sean del tipo Pablo Escobar o simples mercachifles de la barriada. ¡O no lo sean en absoluto! Human Rights Watch ha documentado decenas de casos de personas inocentes a las que la policía o los paramilitares han asesinado sin demasiados escrúpulos, y junto a las cuales, en un charco de sangre, han plantado armas de fuego y estupefacientes. Gente normal, que iba a lo suyo, pero a la que han quitado la vida –¿importa mucho una vida más o menos?–– unos agentes del orden fuera de control, que se comportan con la euforia de las vacas que corretean por el prado tras pasarse meses en un establo.

La mejor muestra de lo desnortada que está la policía filipina sub Duterte fue el asesinato de un empresario sudcoreano meses atrás. Los agentes no se liaron demasiado: durante una redada antidrogas en la ciudad de Quezon, cargaron con el hombre de negocios hacia la comisaría. Allí lo estrangularon, lo incineraron y, para sacarle tajada al asunto, se hicieron pasar por delincuentes comunes y exigieron a su mujer un rescate de 100.000 dólares, haciéndole creer que aún vivía. El presidente se disculpó públicamente y prometió castigar con dureza a los responsables –algo así como que el carnicero se disculpara con el cordero y le asegurara que martillará al cuchillo–. Porque la sangre está en las calles, pero corre desde el buró del mandatario en el Palacio de Malacañán.

Calles teñidas de rojo, sí, pero según algunos opinantes en Manila, “más tranquilas”. Duterte remeda así, sin saberlo, a la figura del general Eutanasio Rodríguez, dictador de la República de Banania y humorística creación de Les Luthiers. El sátrapa, en un homenaje que se tributa a sí mismo, les recuerda a sus gobernados: “De no ser por nuestra acción de gobierno, pacientemente desarrollada en estos últimos… 49 años, nuestras calles estarían hoy llenas de pornografía, de corrupción, de violencia… ¡de gente!”.

¿Que todavía queda gente dando vueltas por Manila? Tiempo al tiempo: el jefe de la Policía en la capital, Oscar Albayalde, ha dicho que el resultado de la encuesta le ha resultado “inspirador”, y que siente el respaldo de la ciudadanía. “Innovaremos y nos esforzaremos aún más, hasta dar el ciento por ciento”, afirma.

Si hace bien su trabajo, como “inspiradamente” promete, muy pronto habrá una inmejorable seguridad pública en el país de Eutanasio: un silencio imponente, cero atascos de tráfico, nada de contaminación… Y fantasmas, muchos fantasmas.




La no tan pragmática Unión Europea

El sueño de una Europa unida salió adelante gracias a una equilibrada combinación de ideales y de “realizaciones concretas”, como la puesta en común de las producciones de carbón y de acero, pensada para crear una “solidaridad de hecho” entre los países europeos, en palabras de Robert Schuman. Pero hoy estamos lejos no solo del idealismo de los padres fundadores de la UE, sino también –y esto es lo novedoso– de su pragmatismo.

La Comisión Europea acaba de presentar un Libro Blanco en el que plantea, de forma bastante aséptica, cinco escenarios posibles para la UE en 2025. Las respuestas unilaterales de algunos países al drama migratorio y otras crisis ponen de relieve la creciente dificultad de los socios para llegar a soluciones conjuntas en temas capitales. De ahí que varios de los escenarios previstos en el documento contemplen una UE más modesta.

Dice la Comisión que con este Libro Blanco quiere “abrir un debate” con los ciudadanos sobre cómo debería evolucionar la UE. Pero, en teoría, este proceso de reflexión lleva incoado al menos desde julio de 2014, cuando el presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker presentó una declaración de intenciones titulada “Un nuevo comienzo para Europa”.

También la Cumbre de Bratislava, celebrada en septiembre de 2016, tenía por objetivo espolear la reflexión sobre la UE. Sin embargo, medio año después, el Libro Blanco nos dice que seguimos al “inicio del proceso”.

De Bratislava, el entonces primer ministro italiano, Matteo Renzi, sacó la impresión de que esa reunión –en la que participaron todos los jefes de Estado y de gobierno de la UE menos Theresa May– había sido más de lo mismo: “Si queremos pasar la tarde escribiendo documentos sin alma ni horizonte, lo pueden hacer desde casa”, dijo a propósito de la Declaración de Bratislava y su correspondiente hoja de ruta.

Pero no es solo la pasión lo que se echa de menos en el “recién” incoado proceso de reflexión sobre la UE: también falta brío y liderazgo para hacer avanzar el debate. De todos modos, no se apuren: hasta 2025 hay tiempo.




Las manos de Merkel

Un fotomontaje publicado en Twitter por el líder ultraangela_merkel_handsderechista holandés Geert Wilders muestra a una Angela Merkel con el rostro y las manos ensangrentadas. En opinión de Wilders –y del británico Nigel Farage, y de varios políticos alemanes críticos con la acogida a los refugiados sirios, afganos, africanos, etc.– en la canciller germana reside toda la culpa por el atentado terrorista del pasado 19 de diciembre en un mercadillo navideño berlinés.

Ciertamente, en una masa tan enorme de refugiados como la que tocó a las puertas de Europa en 2015 (solo en Alemania entraron 1,5 millones), no es raro que el Estado Islámico haya “colado” a algunos de sus asesinos –por desgracia, el “¿son todos trigo limpio?”, del cardenal Antonio Cañizares, ha demostrado su pertinencia en más de una ocasión–.El último atacante, el tunecino Anis Amri, que acaba de morir en Milán en un tiroteo con la policía italiana, no había entrado en esa ola, sino en 2011, pero era seguido de cerca por la policía alemana, que ya había intentado deportarlo al no cumplir con las condiciones necesarias para obtener asilo. Túnez, sin embargo, negó que fuera ciudadano suyo y no aceptó recibirlo, por lo que Alemania, que es un Estado de Derecho y no dispone de la tecnología para evaporar personas, tuvo que dejarlo estar.

Habrá que decir, primeramente, que lo de las manos ensangrentadas de Merkel es una crítica cuando menos injusta. La canciller alemana no salió “de compras” en 2015 y regresó con refugiados a casa. De hecho, cuando la crisis de los desplazados no había alcanzado aún la magnitud de finales del pasado año, había rechazado ante las cámaras de TV el pedido de una niña palestina –refugiada con su familia en el Líbano, pero con un asilo temporal de cuatro años en Alemania–, para permanecer en el país. No es, pues, que le entusiasme la acogida “al por mayor”.

Lo que sucede, sin embargo, es que un Estado moderno y democrático tiene, felizmente, una “debilidad”: no puede detener por la fuerza el avance de un millón de civiles desarmados que se presenten en su frontera. Si estuviéramos en el siglo XIX y gobernara Otto von Bismarck, este desplegaría un batallón del ejército prusiano y, a cañonazos, echaría atrás el contingente de hombres, mujeres y niños llorosos, hambrientos y muertos de frío. Como las reglas han cambiado, es imposible garantizar de esa manera la inviolabilidad de las fronteras. No lo ha hecho Merkel ni, con seguridad –en el hipotético caso de que fueran primeros ministros– podrían hacerlo Farage ni Wilders, ni tampoco los adversarios que le han brotado por la derecha a la canciller, los de Alternativa por Alemania, que tampoco se han ahorrado la expresión “los muertos de Merkel” para aludir a los asesinados en Berlín.

Por otra parte, los críticos harían bien en darse cuenta de que la normalidad, la paz en las calles europeas, no existe por generación espontánea, sino porque las fuerzas de seguridad están volcadas haciendo su trabajo y frustrando constantemente maquinaciones de atentados. En la madrugada del día 23 de diciembre, por ejemplo, dos jóvenes kosovares fueron detenidos en Duisburgo (oeste) por sospechas de que preparaban un ataque en un gran centro comercial. Los detalles de cuán avanzados estaban en sus preparativos ya se conocerán, pero pronto no habrá demasiado ruido sobre el tema.

Lo que hace ruido, y mucho, es el rastro de sangre de los ataques, pero afortunadamente estos no son la norma. Y no lo son por la eficacia de las fuerzas de seguridad: de seres humanos que, aunque conocen su trabajo, también pueden ser falibles y que, además, para evitar que las libertades de todos retrocedan, saben respetar ciertos límites. Aunque algún pillo siempre habrá que busque fisuras en el muro para atravesarlo y cometer sus crímenes.

Las manos ensangrentadas, en todo caso, serán las suyas, no las de Merkel.




¡Alegraos, oh celtíberos: ha llegado el solsticio!

Filling Stonehenge at Winter Solstice. Feat. Blackberry.

Stonehenge, Inglaterra: cientos de curiosos reunidos para celebrar el solsticio de invierno.

¡Enhorabuena, amigos celtas, íberos, mayas, romanos y de civilizaciones variopintas! Ya tenemos aquí el solsticio de invierno. Ese buque insignia de las ciudades españolas que es el Ayuntamiento de Madrid, capitaneado por Manuela Carmena y su atrevida tripulación de Podemos, nos regala este año una nueva fiesta: un desfile de luces con el que saludar, el 21 de diciembre, la llegada del invierno y, desde ese momento, el acortamiento progresivo de las noches.

Es la luz que vence a la oscuridad, pero no al estilo del Niño que, en las pinturas barrocas, iluminaba él solo el establo en que había nacido y, más allá,  a la humanidad toda. No, no. En el solsticio carmeno-podemístico, la luz va de otros rollos. Según nos ilustra un folleto creado para la ocasión, la fiesta luminosa tiene más que ver con el significado que le daban los antiguos nórdicos, como celebración de la fertilidad y la abundancia, y los mayas, para quienes era el momento ideal para sembrar el maíz.

Habrá que agradecer primeramente al Ayuntamiento por recordarles a los madrileños que es ese día y no otro el más propicio para que planten sus semillas del cereal, no sea que los manes de sus antepasados se les vuelvan en contra, les echen a perder lo sembrado y tengan que ir en primavera al súper o al ultramarino de toda la vida a comprar el grano dorado.

Igualmente, estaremos todos muy al tanto de ver si el consistorio capitalino sigue adecuadamente todos los pasos del blót, el sacrificio que los antiguos nórdicos solían hacer en este momento del año, en los equinoccios de primavera y otoño, y en el solsticio de verano. A Odín, dios de la guerra, los vikingos ofrecían en estas fechas sacrificios de animales, fundamentalmente caballos, pero igualmente de niños y adolescentes elegidos para la ocasión, en una juerga aderezada con abundantes brindis en honor de todo el panteón escandinavo. El “botellón” de entonces, vamos.

Tales costumbres fueron abolidas tras la llegada del cristianismo a Escandinavia e Islandia. La nueva religión resignificó las fiestas, poniendo luz y esperanza donde antes había únicamente oscurantismo y crueles prácticas que hacían peligrar la existencia de los potenciales “tributos”. Pero eso no parece importar por aquí, acostumbrados como estamos a escuchar que fue el cristianismo el que “oscurantizó” a Europa. Podrá ocultarse, pero la celebración que ahora nos propone el Ayuntamiento madrileño tenía una cara bastante menos amable, y no interesa mostrarla. Del solsticio, solo la luz, aunque puestos a ceñirnos a la tradición, los de Carmena pudieran, como también hacían nuestros celtas e íberos, degollar un carnero sobre un altar de piedra, comer las vísceras y echar la sangre a una fuente de agua –¡con la Cibeles tan cerca…!–. Para completar el ritual, algún edil podría echarse una siesta sobre la piel del animal y pedir a los dioses que le hagan sustanciosas revelaciones durante el sueño.

Cabe preguntar, ante la extravagancia de la invitación a esta fiesta neopagana, si responde a algún tipo de reclamo mayoritario. Las tradiciones populares que de verdad lo son, sea la de caballeros cristianos y musulmanes zurrándose simuladamente en Alcoy, o la mismísima tomatina de Buñol, tienen un público que las pide y perpetúa. De momento, sin embargo, a este redactor no se le ha acercado ningún celtíbero para preguntarle qué tal se lo va a montar en el solsticio, ni le consta que la madrileña gente esté muy al tanto de qué es lo que tiene especial ese día.

De la Navidad sí que todos estamos más o menos enterados –que por algo son 20 siglos–, pero de estos aquelarres solsticiales habrá que “enterarnos”. Justo para ello está el mencionado folleto del Ayuntamiento: para dejarnos caer, como “al descuido”, cuáles son las tradiciones guay, que debemos abrazar aunque nos empujen de vuelta a las cuevas, y cuáles aquellas –las cristianas– de las debemos renegar, aunque estén en la base intelectual de nuestra democracia y bienestar.

Tendrá que tener cuidado doña Manuela con el entusiasmo de su equipo por la importación de costumbres y rituales extraños o ya superados. Si algún día a sus asesores “pro-diversidad cultural” se les ocurriera implantar la ancestral práctica esquimal de abandonar a los ancianos en un banco de hielo, la alcaldesa podría tener que poner tierra de por medio para no acabar flotando en una balsa en el estanque de Navacerrada y viendo de lejos cómo su apadrinada, la juvenil portavoz Rita Maestre, azote de capillas, toma el bastón de mando.

Para que ese momento no llegue, ¡mejor alégrate con la Navidad, Carmena! –y vosotros también, colegas celtas, íberos, mayas y vikingos–.




“Mea culpa”: los medios después de la victoria de Trump

Prejuicios, “pensamiento mágico”, aires de superioridad… Estos son los pecados que el periodismo norteamericano ha aceptado tras la victoria del candidato republicano. Los medios hicieron una cobertura muy amplia de Trump tanto en las primarias republicanas como en la carrera hacia la Casa Blanca. No obstante, nunca creyeron de verdad que pudiera ganar las elecciones presidenciales y tendieron a menospreciar a sus votantes. La analista de medios del Washington Post, Margaret Sullivan, asume la culpa: “Aunque muchos periodistas y organizaciones periodísticas hicieron historias sobre la frustración y la privación de derechos de estos estadounidenses, no nos los tomamos suficientemente en serio” En la misma línea escribe Jim Rutenberg, columnista del New York Times sobre medios, cuando dice: “Retrataron a los seguidores de Trump que aún creían que tenía posibilidades como fuera de la realidad. Al final, resultó que era justo contrario”.

A estos americanos –dice Rutenberg– todas las mentiras que pusieron de manifiesto los fact-checkers les importaban menos que “la percepción de los males nacionales que Mr. Trump señalaba y prometía arreglar”. ¿Cómo es que no se dieron cuenta los medios? ¿Cómo no detectaron la ola de indignación contra el establishment, que Trump pretendía capitalizar? Quizá la clave esté en que los mismos medios forman parte de la clase dirigente. Las palabras de Sullivan parece que van en esta línea: “Trump –que llamó a los periodistas escoria y corruptos– consiguió que nos ofuscásemos de tal forma que no vimos lo que teníamos delante de los ojos. Seguimos tranquilizándonos con nuestras webs de predicciones favoritas a pesar que todo el mundo sabe que los resultados de las encuestas no equivalen a votos”. “Los periodistas no cuestionaron los datos de las encuestas cuando confirmaban su intuición de que Mr. Trump no lo conseguiría ni en un millón de años”, admite Rutenberg.

La búsqueda del efecto de refuerzo –la selección de medios e informaciones que apoyan las ideas preconcebidas del ciudadano– no afecta exclusivamente a los públicos: los periodistas también están expuestos. Así, la primera realidad que se habían negado a afrontar los medios yankees era la suya propia: formar parte de una élite trasnochada que se cree infalible. Si la victoria de Trump consigue que los periodistas reaccionen, quizá ya habrá traído algo bueno.

@miquel_urmeneta




Lo que los norteamericanos piensan, y lo que los medios piensan que piensan

Si uno se deja llevar por la narrativa de los principales medios de comunicación norteamericanos, parecería que la sociedad estadounidense está más desencantada que nunca con la economía del país, los efectos de la globalización y los candidatos a la presidencia. Aunque hay algo de cierto en todo esto, los datos de encuestas matizan algunas de estas ideas, y desmienten completamente otras. Un artículo de Vox recoge 21 gráficos que contradicen muchas de las “certezas” frecuentemente repetidas por los periódicos.

En cuanto al estado de la economía, los norteamericanos han recuperado su confianza después de un fuerte descenso durante los años de crisis. Actualmente, está en los niveles normales en periodos de crecimiento. Ciertamente, hay motivos para el optimismo: los ingresos del hogar medio aumentaron más de un 5% entre el 2014 y el 2015. Además, la subida fue aún más pronunciada en las familias pobres.

Tampoco parece que haya razones para declarar una epidemia de desencanto político. Solo uno de cada cuatro encuestados señala que no le gusta ninguno de los dos encuestados. En 2012, cuando se enfrentaban Obama y Romney, el porcentaje era del 11%. La proporción ha aumentado, pero sigue siendo minoritaria.

Por otro lado, la valoración que los estadounidenses hacen de la globalización no es tan mala como se suele decir, o como los candidatos creen. En la última encuesta de Gallup sobre la percepción del comercio exterior como algo positivo o negativo para la sociedad, la primera opción alcanzó su máximo histórico. Otra encuesta realizada en 2016, en este caso por el Pew Research Institute, señalaba que casi un 60% de los norteamericanos considera que la diversidad racial es algo enriquecedor, una proporción mucho mayor a la de los principales países europeos. En cambio, sí que ha aumentado considerablemente el miedo a un ataque terrorista asociado a la inmigración, a pesar de que, como demuestra otro gráfico, la probabilidad de sufrir uno es bastante menor a la de ser atropellado por un tren.

Otro dato de interés muestra que, según las encuestas, si solo votaran los hombres, Trump ganaría claramente, y si solo lo hicieran las mujeres, la victoria de Hillary sería aún más abultada. La polarización por sexo parece al menos tan importante como la socioeconómica, en la que tanto han insistido los medios.

 




Una “primavera católica” al Democratic style

Los católicos estadounidenses no encuentran en la campaña presidencial de su país “dónde recostar la cabeza”: de un lado, topan con un candidato con escasa continencia de sus impulsos y nada enterado de cuestiones éticas; de otro, con una candidata en cuyo equipo de campaña militan personas que cocinan ideas sobre cómo minar desde adentro a la comunidad cristiana.

Lo ha revelado Wikileaks y lo reproduce The Catholic Herald: en 2012, en un cruce de e-mails con John Podesta, jefe de la campaña de Hillary Clinton, Sandy Newman, de Voices for Progress, le planteaba a este su deseo de que los católicos “reclamen ellos mismos el final de una dictadura medieval y el comienzo de un poco de democracia, con respeto a la igualdad de género en la Iglesia católica”. Las frases acuñadas por Newman tienen resonancias egipcias o tunecinas: se necesitaba una “Primavera católica” y que se sembraran las “semillas de la revolución”.

Algo pesimista –y aquí viene lo más asombroso–, el señor Podesta le explicaba su particular labor de zapa: “Nosotros creamos Catholics in Alliance for the Common Good, precisamente para eso. Pero creo que les faltó liderazgo para hacerlo. Como [le faltó a] Catholics United. A semejanza de la mayoría de los movimientos de las primaveras, pienso que este tiene que ir de abajo arriba”.

En otros mensajes, esta vez entre Jennifer Palmieri, directora de Comunicación de la campaña de Clinton, y el estratega demócrata John Halpin, estos hacían burla de los políticos conservadores católicos, “muchos de ellos conversos”, que han sido “atraídos a la fe” por términos como “pensamiento tomista” y “subsidiaridad”. “Suenan sofisticados porque nadie sabe de qué diablos están hablando”, soltaba Halpin.

Con todos estos curiosos comentarios y revelaciones sobre la mesa, a Halpin le ha faltado tiempo para decir que todo ha sido sacado de contexto y que los involucrados en esa cadena de e-mails son “tolerantes y respetuosos”. Pero el arzobispo de Filadelfia, Charles Chaput, que ha tomado nota de todo, opina no sin ironía que “sería maravilloso que la campaña de Clinton repudiara el contenido de estos horribles correos de Wikileaks. Todos nosotros, retrógrados católicos que realmente creemos lo que enseña la Iglesia, le estaríamos muy agradecidos”.




El gato con voto

El partido francés Europe Ecologie-Les Verts es tan democrático, que ha permitido a cualquiera votar en las primarias para elegir su candidato a las elecciones presidenciales del año próximo. Solo pedía tener al menos 16 años, ser residente en el territorio nacional, inscribirse con antelación en la web primaire-ecologie.fr, firmar una carta de valores ecologistas (con un clic, como cuando uno asegura que ha leído y acepta las condiciones generales del servicio y todo eso) y pagar con tarjeta una pequeña contribución a los gastos. No exigía prueba de identidad.

Una periodista de Le Monde inscribió a su gato, con el nombre de Gaston Lecat. ¿Qué cosa más apropiada que dar el derecho de voto a los animales, precisamente en un partido ecologista? Solo hubo un pequeño fallo, pues se acercaba el límite del plazo para votar, y no llegaba la papeleta. Gaston tuvo que presentar una reclamación, que fue expeditamente atendida, y por fin recibió la papeleta a tiempo.

Faltaba escoger uno de los cuatro candidatos. Gaston no era capaz de decidirse: los cuatro proponen lo mismo. Por fortuna, la papeleta incluye una quinta casilla: “Voto en blanco”, y es la que marca Gaston, que después envía su sufragio por correo.

Hoy se cierra la votación. Con Gaston, han participado unos 17.000 electores. La elección se vislumbra muy reñida. Puede decidirse por un puñado de votos, o de gatos.