Eutanasio Duterte

duterteEl 82% de los filipinos residentes en Metro Manila (el distrito capitalino) dice sentirse más seguro desde que el presidente Rodrigo Duterte comenzó en el verano pasado su particular guerra contra las drogas. Así lo refleja una encuesta local, y los resultados se van viendo: según la Policía Nacional, los niveles de criminalidad han descendido notablemente, pues si entre julio de 2015 y julio de 2016 habían resultado heridas unas 158.800 personas en sucesos violentos, del verano para acá “apenas” lo han sido unas 80.000, al tiempo que ha decrecido el robo de coches, el hurto, los homicidios (los no gubernamentales, vale aclarar), y otras modalidades delictivas.

Perfecto: la paz avanza en los dominios de Duterte, que ha dado vía libre a las fuerzas del orden y a los paramilitares para que procedan expeditamente contra los narcotraficantes, sean del tipo Pablo Escobar o simples mercachifles de la barriada. ¡O no lo sean en absoluto! Human Rights Watch ha documentado decenas de casos de personas inocentes a las que la policía o los paramilitares han asesinado sin demasiados escrúpulos, y junto a las cuales, en un charco de sangre, han plantado armas de fuego y estupefacientes. Gente normal, que iba a lo suyo, pero a la que han quitado la vida –¿importa mucho una vida más o menos?–– unos agentes del orden fuera de control, que se comportan con la euforia de las vacas que corretean por el prado tras pasarse meses en un establo.

La mejor muestra de lo desnortada que está la policía filipina sub Duterte fue el asesinato de un empresario sudcoreano meses atrás. Los agentes no se liaron demasiado: durante una redada antidrogas en la ciudad de Quezon, cargaron con el hombre de negocios hacia la comisaría. Allí lo estrangularon, lo incineraron y, para sacarle tajada al asunto, se hicieron pasar por delincuentes comunes y exigieron a su mujer un rescate de 100.000 dólares, haciéndole creer que aún vivía. El presidente se disculpó públicamente y prometió castigar con dureza a los responsables –algo así como que el carnicero se disculpara con el cordero y le asegurara que martillará al cuchillo–. Porque la sangre está en las calles, pero corre desde el buró del mandatario en el Palacio de Malacañán.

Calles teñidas de rojo, sí, pero según algunos opinantes en Manila, “más tranquilas”. Duterte remeda así, sin saberlo, a la figura del general Eutanasio Rodríguez, dictador de la República de Banania y humorística creación de Les Luthiers. El sátrapa, en un homenaje que se tributa a sí mismo, les recuerda a sus gobernados: “De no ser por nuestra acción de gobierno, pacientemente desarrollada en estos últimos… 49 años, nuestras calles estarían hoy llenas de pornografía, de corrupción, de violencia… ¡de gente!”.

¿Que todavía queda gente dando vueltas por Manila? Tiempo al tiempo: el jefe de la Policía en la capital, Oscar Albayalde, ha dicho que el resultado de la encuesta le ha resultado “inspirador”, y que siente el respaldo de la ciudadanía. “Innovaremos y nos esforzaremos aún más, hasta dar el ciento por ciento”, afirma.

Si hace bien su trabajo, como “inspiradamente” promete, muy pronto habrá una inmejorable seguridad pública en el país de Eutanasio: un silencio imponente, cero atascos de tráfico, nada de contaminación… Y fantasmas, muchos fantasmas.