Neoimperialistas al ataque

aborto-mundo¿Conque Donald Trump no quiere darles un céntimo a las organizaciones que se dedican a promover el aborto en países pobres? ¡No hay que temer! “¿Es un pájaro? ¿Es un avión?” ¡No!, es el primer ministro canadiense Justin Trudeau, que vuela veloz a cubrir el hueco que ha dejado en la industria de la muerte el escasamente simpático inquilino de la Casa Blanca.

Es un hecho: Ottawa pondrá de su bolsillo 650 millones de dólares (487 millones de USD) para tales fines durante tres años. Trump, al cerrar el grifo, ha privado de unos 600 millones por cuatro años a los que promueven el aborto fuera de EE.UU., según calcula una fuente oficial holandesa (que como se verá, también Holanda está medida en el ajo abortista). De modo que Trudeau es el nuevo campeón, incluso de quienes no le han pedido auxilio…

Sí, porque una de las previsiones contenidas en la iniciativa, citada por el Globe and Mail, es que el dinero se utilice no solo para ofrecer “abortos seguros”, sino para “quitar las barreras judiciales y legales para el cumplimiento de los derechos a la salud sexual y reproductiva”. No tenemos solamente, pues, la mano amiga canadiense que se extiende a los países que claman por su ayuda, sino al puño injerencista que entrega billetes a los lobbies pro-aborto allí donde estos existan, con independencia de que los países lo contemplen o no en su ordenamiento jurídico.

No es, en ningún caso, una interpretación errada. El ministro de Desarrollo Internacional, Marie-Claude Bibeau, ha despejado cualquier duda al respecto: “La defensa [de ese “derecho”] está incluida en nuestra iniciativa, de manera que sí: apoyaremos a los grupos locales y extranjeros que aboguen por los derechos de las mujeres, incluido el aborto”.

Como es para quedarse con la boca abierta –siempre se ha dado por sentado quiénes son en América del Norte el poli malo y el poli bueno, por lo que esta súbita arrogancia canadiense descoloca a cualquiera–, el presidente de la Conferencia Episcopal local, Mons. Douglas Crosby, ha lamentado la salida de tono de Ottawa y su “intento de imponer unos ‘valores’ canadienses”, y ha calificado la medida como propia de un “imperialismo cultural”.

¿Canadá, imperialista? Bueno, que no posea ni haya poseído colonias no es óbice para que se comporte como tal. La manía de dictar a otros cómo deben ser sus leyes, con independencia del background cultural, social, religioso, etc. de los “beneficiarios”, es un rasgo que delata bastante una conciencia de quién-manda-aquí, tan típica de los imperios.

Precisamente en el mismo buque de los canadienses va el gobierno de Holanda –que por cierto, sí fue metrópoli colonialista–. Como se sabe, Ámsterdam acaba de crear un fondo internacional pro-aborto para paliar los efectos de la decisión de Trump, pero no basta, y lo del buque no va en broma: a finales de febrero, la ONG Women on Waves pretendió atracar su barquichuelo abortista en las costas de Guatemala, para que toda mujer que lo deseara tuviera su “aborto seguro”. No se les permitió ni acercarse a la orilla, por lo que idearon que una lancha recogiera en tierra a las interesadas y las trasladara al barco, ubicado en aguas internacionales. Pero las autoridades locales frustraron la operación y enviaron a los europeos a paseo.

Es así: si a principios del siglo XX las cañoneras inglesas y alemanas bombardearon y bloquearon las costas de Venezuela para hacerle saber a Caracas que podían obrar como les diera la gana –el derecho internacional no estaba en pañales, sino todavía en embrión–, otros entienden hoy que pueden inyectar dinero a capricho en las instituciones de países pobres para cambiar leyes y políticas que no les agradan. O, como los de la “cañonera” holandesa, imaginar que un paisillo centroamericano no se atreverá a frenar a los iluminados del “derecho a decidir”.

Hoy no bombardean para prevalecer. Pero si pudieran…