Madres sin cuota

El Estado francés ha tenido que multarse a sí mismo. Por no haber alcanzado el mínimo fijado de nuevas incorporaciones de mujeres a los cuadros directivos de la administración pública, el Ministerio de Justicia tendrá que pagar 60.000 euros de sanción, y el de Defensa, 120.000. También han sido castigadas tres entidades territoriales, con 240.000 euros.

La llamada ley Sauvadet, de 2012, exige que el 40% de las promociones al nivel superior de la función pública se reserven a mujeres (o a hombres, si son ellos los que están en minoría, cosa que no se da). En 2013, la proporción fue del 32%, y en 2016 subió al 35%, aún por debajo de la cuota mandada. El calendario de aplicación progresiva de la ley ya no concede más gracia, y en un año las administraciones tendrán que cubrir los cinco puntos que quedan hasta el 40%, o sea, casi el doble de lo que han ganado en el triple de tiempo. Y la cuantía de la multa por no cumplir aumentará un 50%.

No es que la administración pública francesa sea un reducto masculino. El funcionariado tiene una amplia mayoría de mujeres: el 62%. Pero no en el nivel superior. Y ahí la desigualdad no es tanto por el sexo cuanto por la maternidad.

Los puestos bajos y medios de la administración permiten, en general, atender bastante bien las obligaciones familiares, mejor que los empleos de categorías equivalentes en el sector privado. En cambio, los altos cuadros de la función pública se ven sometidos a jornadas muy largas y frecuentes cambios de destino; además, para llegar arriba hay que hacer méritos entre los treinta y los cuarenta años. Todo ello deja en desventaja a las madres (también, aunque no en tan gran medida, a los padres; pero en el caso de ellos está más aceptado que no logren conciliar familia y vida laboral).

La socióloga Sophie Pochic, coautora de un libro sobre el tema, dice en Le Monde: “Hay que convertirse en monja o fraile del Estado para acceder a las responsabilidades más altas”. Si lo que se pide, de hecho, es gente sin familia o con familia descuidada, parece claro que la cuota femenina no basta porque no ataca la raíz del problema. Mientras la organización del trabajo no se acomode bien a las necesidades de las madres, ni siquiera en la Administración pública y por mandato de la ley se consigue la igualdad. De hecho, para las madres no hay cuota.




Cenas offline

Hay algunos momentos en los que los dispositivos están de más,  y la cena es uno de ellos. Esta es la idea de Common Sense, una organización que se dedica promover que los niños y las familias de hoy puedan navegar en el mundo digital. Ofrecen artículos  e información para padres y educadores, ideas de sentido común, como su nombre indica.

Su iniciativa, #Devicefreedinner, busca concienciar a los padres de la importancia de compartir el tiempo de la cena y de dedicar la atención completamente a la familia y a los hijos.  Sin móviles. En el spot, una madre y tres niños están sentados a la mesa cenando y discutiendo sobre lo mucho que echan de menos a su padre. De pronto les interrumpe su padre, Will Ferrell, para pedirles que se callen y que él pueda hacerse una selfie con un filtro de gato. El mensaje es que muchas veces incluso los niños saben que hay cosas que no se deben hacer durante la cena, pero los padres no.

 

Common Sense muestra algunos datos alarmantes en su último reporte: el uso diario de  móviles en niños de menos de 8 años es 10 veces más alto que en 2011. El reporte también muestra que los niños pasan un promedio de 2,19 horas diarias frente a las pantallas. De ese tiempo, 48 minutos son de móvil, un aumento significativo de los 5 minutos que pasaban frente al móvil en 2011. Este drástico aumento tiene un impacto profundo en los niños y en las familias, ya que los dispositivos móviles, a diferencia de la televisión, contienen el poder de un ordenador, un teléfono y una cámara, y todo eso cabe en el bolsillo del pantalón. Esto fomenta que se incrementen los niveles de distracción y potencialmente se aumente la adicción.

Hasta aquí nada nuevo, todos hemos escuchado de los riesgos de la tecnología. Pero quizá sea eso precisamente lo que está causando una vaga ansiedad en los padres: reconocen que un uso desmedido de la tecnología no es bueno, pero los niños quieren las pantallas y no queremos que las tengan. Y sin embargo muchas veces estamos adictos a ellas. En este sentido, y para aliviar un poco la ansiedad que esta situación puede causar, implementar iniciativas concretas puede ayudar a que las familias generen hábitos saludables y balanceados de interacción con la tecnología. ¿Un buen ejemplo? Una cena sin móviles.




Qué gusto estar en casa

La calefacción central, el agua corriente caliente (y fría), la lavadora, la nevera, el lavaplatos, la cocina de gas o con vitrocerámica (con su campana extractora de humos) y hasta la plancha. Una buena cama con colchón, con almohada y edredón o una buena manta. El cuarto de baño. El ascensor. Todo eso solo en una casa.

Estos días, con la “noticia” del frío un poco más recio en España, caía en la cuenta una vez más del gran confort doméstico con que vivimos en los países desarrollados, todo eso que nos hace la vida mejor y más fácil.

Llegar a casa chimenea en abiertoes una gozada, como también ir a trabajar es, para la gran mayoría de las personas, menos duro, por mucho que se hable del estrés laboral, de los atascos y tan frívolamente de eso de la depresión postvacacional.

Quienes nacimos en los años 60 en España hemos conocido casas de abuelos sin calefacción, con brasero debajo de la mesa camilla. Te separabas del brasero y te helabas. E incluso muchos hemos visto (y visitado) el corral en las casas de pueblo, no había cuarto de baño. Se pasaba un frío horroroso. Sí, claro, el pollo –cuando se comía– sabía a algo, pero había menos pollos, menos de todo y más personas estaban mal alimentadas. Me gustan los pueblos y el campo pero desde la comodidad de mi casa.

Vivimos con un gran confort doméstico muy reciente en la historia humana y, por supuesto, en España. El no tener casa o tenerla mala, sin calefacción o con sistemas de calefacción insuficientes, sin ascensor siendo un anciano, o vivir en casas que se caen a cachos es duro, marca tu vida diaria: levántate y acuéstate con frío, cría a niños en una casa húmeda, cocina sin poder calentar bien algo, lávate en plan gato, sal con 80 años a hacer la compra y vuelve con ella cargando y subiendo 4 pisos.  Esto sucede todavía en nuestro país, pero sucede más fuera de él.

Propongo poner una calle, hacer un monumento o algo para todos esos inventos domésticos, para quienes los idearon o mejoraron, para quienes los hacen. Podría ayudarnos a recordar que vivimos mucho mejor que nuestros antepasados, que no lo valoramos y, de paso, animarnos a ayudar a todos esos, aquí o allá, que no pueden decir eso de “Qué gusto estar en casa”.