Ignorantes en tareas domésticas

Los millennials, jóvenes que ahora están en torno a los 23-34 años, más o menos, son quizá la generación mejor preparada de la historia. En Estados Unidos suman cerca de 60 millones, y buena parte de ellos son los que inician start-ups, pueblan las empresas de tecnología, se incorporan a consultoras financieras o jurídicas…

También están dando pasos trascendentales en la vida: emanciparse, casarse, tener hijos. De hecho, son en Estados Unidos el 42% de los compradores de viviendas. Y, como comprueban las empresas que les sirven lo necesario para poner el nido, esta generación tan titulada resulta estar pez en algunas materias elementales: no saben fregar suelos, colgar un cuadro, planchar, coser un botón, hacer reparaciones comunes, cocinar. Sus proveedores, cuenta un reportaje del Wall Street Journal, se ven obligados a facilitarles lecciones sobre tareas domésticas, incluso muy básicas, que sus clientes de otras épocas no necesitaban. Home Depot, por ejemplo, va a instalar en sus tiendas centros para enseñar a hacer arreglos caseros.

Estos jóvenes, dice el reportaje, tuvieron una infancia muy ocupada con ballet, clases de un tercer idioma, deportes… Se acostumbraron a un estilo de vida muy dependiente de la tecnología, vivieron una adolescencia prolongada. Así, ayudaron en casa de sus padres mucho menos que las generaciones precedentes, y ahora que tienen casa propia, no saben cuidarla.

Quizá en Silicon Valley están en la vanguardia profesional. Pero el trabajo doméstico, sin tanto brillo, es más decisivo para su felicidad. Es lo que hace de una vivienda un hogar donde se está a gusto, salpicado de detalles que revelan cariño y no mera eficiencia. Ahora esta generación puede aprender a apreciar las tareas de la casa y el servicio que prestan quienes se dedican profesionalmente a ellas. Y tiene la oportunidad de evitar que la misma laguna en su formación se repita en sus hijos, que estarán mejor preparados para la vida si, aun a costa de perder algunas clases de idiomas, aprenden a pasar la aspiradora.




Qué gusto estar en casa

La calefacción central, el agua corriente caliente (y fría), la lavadora, la nevera, el lavaplatos, la cocina de gas o con vitrocerámica (con su campana extractora de humos) y hasta la plancha. Una buena cama con colchón, con almohada y edredón o una buena manta. El cuarto de baño. El ascensor. Todo eso solo en una casa.

Estos días, con la “noticia” del frío un poco más recio en España, caía en la cuenta una vez más del gran confort doméstico con que vivimos en los países desarrollados, todo eso que nos hace la vida mejor y más fácil.

Llegar a casa chimenea en abiertoes una gozada, como también ir a trabajar es, para la gran mayoría de las personas, menos duro, por mucho que se hable del estrés laboral, de los atascos y tan frívolamente de eso de la depresión postvacacional.

Quienes nacimos en los años 60 en España hemos conocido casas de abuelos sin calefacción, con brasero debajo de la mesa camilla. Te separabas del brasero y te helabas. E incluso muchos hemos visto (y visitado) el corral en las casas de pueblo, no había cuarto de baño. Se pasaba un frío horroroso. Sí, claro, el pollo –cuando se comía– sabía a algo, pero había menos pollos, menos de todo y más personas estaban mal alimentadas. Me gustan los pueblos y el campo pero desde la comodidad de mi casa.

Vivimos con un gran confort doméstico muy reciente en la historia humana y, por supuesto, en España. El no tener casa o tenerla mala, sin calefacción o con sistemas de calefacción insuficientes, sin ascensor siendo un anciano, o vivir en casas que se caen a cachos es duro, marca tu vida diaria: levántate y acuéstate con frío, cría a niños en una casa húmeda, cocina sin poder calentar bien algo, lávate en plan gato, sal con 80 años a hacer la compra y vuelve con ella cargando y subiendo 4 pisos.  Esto sucede todavía en nuestro país, pero sucede más fuera de él.

Propongo poner una calle, hacer un monumento o algo para todos esos inventos domésticos, para quienes los idearon o mejoraron, para quienes los hacen. Podría ayudarnos a recordar que vivimos mucho mejor que nuestros antepasados, que no lo valoramos y, de paso, animarnos a ayudar a todos esos, aquí o allá, que no pueden decir eso de “Qué gusto estar en casa”.