Hamás se “moderniza”

La organización armada palestina Hamás, que gobierna la Franja de Gaza desde 2006, ha sido noticia en estos días porque está cambiando las maneras. Las de expresarse, apunto. Lo ha hecho en su nuevo documento programático, presentado por su líder, Khaled Meshal, en Doha; un texto en el que no se habla de “echar a los judíos al Mediterráneo” –la tradicional doctrina de los islamistas palestinos–, sino de una guerra de liberación nacional que no va contra los judíos, sino contra “el proyecto sionista”.

Según la declaración, Hamas –que es considerada organización terrorista por EE.UU. y la UE– no lucha contra los judíos por ser judíos, sino contra los ocupantes de Palestina. En otra innovación, el grupo se dice dispuesto a establecer “un Estado palestino completamente soberano e independiente, con Jerusalén como capital, dentro de las fronteras del 4 de junio de 1967”, esto es, en Gaza y Cisjordania y la parte oriental de la Ciudad Santa. Con lo que progresamos: de no querer ver a un solo judío en Palestina a reconocer implícitamente que en algún sitio deben acomodarse, va un trecho y un avance. Uno de los portavoces del grupo, citado por CNN, revela el objetivo del cambio: “Nuestro mensaje al mundo es este: Hamás no es radical. Somos un movimiento civilizado y pragmático”.

Pragmatismo, sin dudas. El propósito declarado en el anterior documento rector, de 1988, de borrar a Israel del mapa, se ha tornado más difícil que, para la zorra de la fábula, alcanzar las uvas. “Están ácidas”, se consoló la raposa mientras se retiraba con el estómago vacío; “somos un movimiento civilizado”, se encogen de hombros  Meshal y los suyos, quizás lamentando para sus adentros que ninguno de sus misiles caseros o Made in Iran haya podido alcanzar nunca la sede de la Kneset (el Parlamento israelí).

No es, por cierto, la primera vez que Hamas desliza la posibilidad de un territorio compartido. Ya en 1997, The Washington Post recogía las declaraciones del fundador del grupo, Ahmed Yassin –fulminado en 2004 durante un ataque aéreo–, quien ofreció a Israel una tregua a cambio de que sus colonos y soldados se retiraran de la Franja y de la ribera occidental del Jordán.

Lo que hoy se muestra como pragmatismo y sentido común, sin embargo, tiene algunos agujeros. En el propio documento “actualizado” hay expresiones que no cuadran con lo que se quiere hacer ver, como que “ni una sola piedra de Jerusalén puede ser entregada ni se puede renunciar a ella”; que “no habrá reconocimiento de la legitimidad de la entidad sionista”, o lo de que “ninguna parte de Palestina será negociada ni entregada”.

Contradicción pura: hablar de volver a las fronteras de 1967 ya es reconocer, de facto, que no toda Palestina –ni toda Jerusalén–  es territorio árabe. Entreabrir los ojos y el juicio les haría ver a los islamistas, sin demasiado problema, que así como se equivocaban los pioneros sionistas que reclamaban Tierra Santa para los judíos por ser “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”, también es punto menos que imposible obligar a generaciones enteras de israelíes a tomar sus bártulos y largarse del territorio en el que vivían antes de, al menos, la Guerra de los Seis Días.

Hamás pretende, sí, lavarse la cara para intentar atraer amistades, pero lo hace tarde y mal. Sus contradicciones hacia Israel son, precisamente, de igual calidad que las de sucesivos gobiernos israelíes: también dicen querer la paz, pero ni hablar de desmantelar colonias ilegales ni de aplicar la resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, de 1967, que pide un regreso a las fronteras anteriores a la guerra. “¿La paz? ¡Oh, sí, cuánto la necesitamos!”, dicen a ambos lados, pero entender que el otro –sea que lleve una kefia o una kipá– también necesita un territorio donde vivir y desarrollarse, eso no. Todo el mundo en sus trece.

Declare Hamás lo que declare, en ese nido de precariedad que es la Franja de Gaza, donde según Amnistía Internacional las violaciones de los derechos humanos las cometen los islamistas, se seguirá sembrando la semilla de la confrontación. Aunque la dirección del grupo se diga “civilizada y pragmática”, los libros de texto con que se forman los estudiantes de Gaza seguirán desbordados por la misma palabrería antijudía de siempre, del tipo “los judíos y el movimiento sionista no están relacionados con Israel,  porque los hijos de Israel son una nación que ha sido aniquilada”.

Para no ser los judíos el enemigo, se disimula bastante mal.