¡Alegraos, oh celtíberos: ha llegado el solsticio!

Filling Stonehenge at Winter Solstice. Feat. Blackberry.

Stonehenge, Inglaterra: cientos de curiosos reunidos para celebrar el solsticio de invierno.

¡Enhorabuena, amigos celtas, íberos, mayas, romanos y de civilizaciones variopintas! Ya tenemos aquí el solsticio de invierno. Ese buque insignia de las ciudades españolas que es el Ayuntamiento de Madrid, capitaneado por Manuela Carmena y su atrevida tripulación de Podemos, nos regala este año una nueva fiesta: un desfile de luces con el que saludar, el 21 de diciembre, la llegada del invierno y, desde ese momento, el acortamiento progresivo de las noches.

Es la luz que vence a la oscuridad, pero no al estilo del Niño que, en las pinturas barrocas, iluminaba él solo el establo en que había nacido y, más allá,  a la humanidad toda. No, no. En el solsticio carmeno-podemístico, la luz va de otros rollos. Según nos ilustra un folleto creado para la ocasión, la fiesta luminosa tiene más que ver con el significado que le daban los antiguos nórdicos, como celebración de la fertilidad y la abundancia, y los mayas, para quienes era el momento ideal para sembrar el maíz.

Habrá que agradecer primeramente al Ayuntamiento por recordarles a los madrileños que es ese día y no otro el más propicio para que planten sus semillas del cereal, no sea que los manes de sus antepasados se les vuelvan en contra, les echen a perder lo sembrado y tengan que ir en primavera al súper o al ultramarino de toda la vida a comprar el grano dorado.

Igualmente, estaremos todos muy al tanto de ver si el consistorio capitalino sigue adecuadamente todos los pasos del blót, el sacrificio que los antiguos nórdicos solían hacer en este momento del año, en los equinoccios de primavera y otoño, y en el solsticio de verano. A Odín, dios de la guerra, los vikingos ofrecían en estas fechas sacrificios de animales, fundamentalmente caballos, pero igualmente de niños y adolescentes elegidos para la ocasión, en una juerga aderezada con abundantes brindis en honor de todo el panteón escandinavo. El “botellón” de entonces, vamos.

Tales costumbres fueron abolidas tras la llegada del cristianismo a Escandinavia e Islandia. La nueva religión resignificó las fiestas, poniendo luz y esperanza donde antes había únicamente oscurantismo y crueles prácticas que hacían peligrar la existencia de los potenciales “tributos”. Pero eso no parece importar por aquí, acostumbrados como estamos a escuchar que fue el cristianismo el que “oscurantizó” a Europa. Podrá ocultarse, pero la celebración que ahora nos propone el Ayuntamiento madrileño tenía una cara bastante menos amable, y no interesa mostrarla. Del solsticio, solo la luz, aunque puestos a ceñirnos a la tradición, los de Carmena pudieran, como también hacían nuestros celtas e íberos, degollar un carnero sobre un altar de piedra, comer las vísceras y echar la sangre a una fuente de agua –¡con la Cibeles tan cerca…!–. Para completar el ritual, algún edil podría echarse una siesta sobre la piel del animal y pedir a los dioses que le hagan sustanciosas revelaciones durante el sueño.

Cabe preguntar, ante la extravagancia de la invitación a esta fiesta neopagana, si responde a algún tipo de reclamo mayoritario. Las tradiciones populares que de verdad lo son, sea la de caballeros cristianos y musulmanes zurrándose simuladamente en Alcoy, o la mismísima tomatina de Buñol, tienen un público que las pide y perpetúa. De momento, sin embargo, a este redactor no se le ha acercado ningún celtíbero para preguntarle qué tal se lo va a montar en el solsticio, ni le consta que la madrileña gente esté muy al tanto de qué es lo que tiene especial ese día.

De la Navidad sí que todos estamos más o menos enterados –que por algo son 20 siglos–, pero de estos aquelarres solsticiales habrá que “enterarnos”. Justo para ello está el mencionado folleto del Ayuntamiento: para dejarnos caer, como “al descuido”, cuáles son las tradiciones guay, que debemos abrazar aunque nos empujen de vuelta a las cuevas, y cuáles aquellas –las cristianas– de las debemos renegar, aunque estén en la base intelectual de nuestra democracia y bienestar.

Tendrá que tener cuidado doña Manuela con el entusiasmo de su equipo por la importación de costumbres y rituales extraños o ya superados. Si algún día a sus asesores “pro-diversidad cultural” se les ocurriera implantar la ancestral práctica esquimal de abandonar a los ancianos en un banco de hielo, la alcaldesa podría tener que poner tierra de por medio para no acabar flotando en una balsa en el estanque de Navacerrada y viendo de lejos cómo su apadrinada, la juvenil portavoz Rita Maestre, azote de capillas, toma el bastón de mando.

Para que ese momento no llegue, ¡mejor alégrate con la Navidad, Carmena! –y vosotros también, colegas celtas, íberos, mayas y vikingos–.